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LA ILÍADA

Sed hombres, amigos, y mostrad vuestro impetuoso valor junto á las cóncavas naves; pues acabo de ver con mis ojos que Júpiter ha dejado inútiles las flechas de un eximio guerrero. El influjo de Jove lo reconocen fácilmente, así los que del dios reciben excelsa gloria, como aquéllos á quienes abate y no quiere socorrer: ahora amilana á los argivos y nos favorece á nosotros. Combatid en escuadrón cerrado, junto á los bajeles; y quien sea herido mortalmente, de cerca ó de lejos, cumpliéndose su destino, muera; que será honroso para él morir combatiendo por la patria, y su esposa é hijos se verán salvos, y su casa y hacienda no sufrirán menoscabo, si los aqueos regresan en las naves á su patria tierra.»

500 Con estas palabras les excitó á todos el valor y la fuerza. Ayax exhortó también á sus compañeros:

502 «¡Qué vergüenza, argivos! Ya llegó el momento de morir ó de salvarse rechazando de las naves á los teucros. ¿Esperáis acaso volver á pie á la patria tierra, si Héctor, de tremolante casco, toma los bajeles? ¿No oís cómo anima á todos los suyos y desea quemar los navíos? No les manda que vayan á un baile, sino que peleen. No hay mejor pensamiento ó consejo para nosotros que éste: combatir cuerpo á cuerpo y valerosamente con el enemigo. Es preferible morir de una vez ó asegurar la vida, á dejarse matar paulatina é infructuosamente en la terrible contienda, junto á los barcos, por guerreros que nos son inferiores.»

514 Con estas palabras les excitó á todos el valor y la fuerza. Entonces Héctor mató á Esquedio, hijo de Perimedes y caudillo de los focenses; Ayax quitó la vida á Laodamante, hijo ilustre de Antenor, que mandaba los peones; y Polidamante acabó con Oto de Cilene, compañero de Meges Filida y jefe de los magnánimos epeos. Meges, al verlo, arremetió con la lanza á Polidamante; pero éste hurtó el cuerpo—Apolo no quiso que el hijo de Panto sucumbiera entre los combatientes delanteros,—y aquél hirió en medio del pecho á Cresmo, que cayó con estrépito, y el aquivo le despojó de la armadura que cubría sus hombros. En tanto, Dólope Lampétida, hábil en manejar la lanza (habíalo engendrado Lampo Laomedontíada, que fué el más valiente de los hombres y estuvo dotado de impetuoso valor), arrancó contra Meges y acometiéndole de cerca, dióle un bote en el centro del escudo; pero el Filida se salvó, gracias á una fuerte loriga que protegía su cuerpo, la cual había sido regalada en otro tiempo á Fileo en Éfira, á orillas del río Seleente, por su huésped el rey Eufetes, para que en la guerra le defendiera de los enemigos, y en-