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CANTO DÉCIMOSEXTO

con grandes bríos, esparciéndose como las avispas que moran en el camino, cuando los muchachos, siguiendo su costumbre de molestarlas, las irritan y consiguen con su imprudencia que dañen á buen número de personas, pues, si algún caminante pasa por allí y sin querer las mueve, vuelan y defienden con ánimo valeroso á sus hijuelos; con un corazón y ánimo semejantes, se esparcieron los mirmidones desde las naves, y levantóse una gritería inmensa. Y Patroclo exhortaba á sus compañeros, diciendo con voz recia:

269 «¡Mirmidones, compañeros del Pelida Aquiles! Sed hombres, amigos, y mostrad vuestro impetuoso valor para que honremos al Pelida, que es el más valiente de cuantos argivos hay en las naves, como lo son también sus guerreros, que de cerca combaten; y comprenda el poderoso Agamenón Atrida la falta que cometió no honrando al mejor de los aqueos.»

275 Con estas palabras les excitó á todos el valor y la fuerza. Los mirmidones cayeron apiñados sobre los teucros y en las naves resonaban de un modo horrible los gritos de los aqueos. Cuando los teucros vieron al esforzado hijo de Menetio y á su escudero, ambos con lucientes armaduras, á todos se les conturbó el ánimo y sus falanges se agitaron. Figurábanse que el Pelida, ligero de pies, había renunciado á su cólera y volvía á ser amigo de Agamenón. Y cada uno miraba adónde podría huir para librarse de una muerte terrible.

284 Patroclo fué el primero que tiró la reluciente lanza allí donde más hombres se agitaban en confuso montón, junto á la nave del magnánimo Protesilao; é hirió á Pirecmes, que había conducido desde Amidón, sita en la ribera del Axio de ancha corriente, á los peonios, que combatían en carros: la lanza se clavó en el hombro derecho; el guerrero, dando un gemido, cayó de espaldas en el polvo, y los demás peonios huyeron, porque Patroclo les infundió pavor al matar á su jefe, que tanto sobresalía en el combate. De este modo Patroclo los echó de los bajeles y apagó el ardiente fuego. El navío quedó allí medio quemado, los teucros huyeron con gran alboroto, los dánaos se dispersaron por las cóncavas naves, y se produjo un gran tumulto. Como Júpiter fulminador quita una densa nube de la elevada cumbre de una montaña y se descubren los promontorios, cimas y valles, porque en el cielo se ha abierto la vasta región etérea; así los dánaos respiraron un poco después de librar á las naves del fuego destructor; pero no por eso hubo tregua en el combate. Porque los teucros no huían á carrera abierta, perseguidos por los belicosos