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LA ILÍADA

855 Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió con su manto: el alma voló de los miembros y descendió al Orco, llorando su suerte porque dejaba un cuerpo vigoroso y joven. Y el esclarecido Héctor le dijo, aunque ya muerto le viera:

859 «¡Patroclo! ¿Por qué me profetizas una muerte terrible? ¿Quién sabe si Aquiles, hijo de Tetis, la de hermosa cabellera, no perderá antes la vida, herido por mi lanza?»

862 Dichas estas palabras, puso un pie sobre el cadáver, arrancó la broncínea lanza, y lo tumbó de espaldas. Inmediatamente dirigióse, lanza en mano, hacia Automedonte, el deiforme servidor del Eácida, de pies ligeros; pero los veloces caballos inmortales que á Peleo dieran los dioses como espléndido presente, lo sacaban ya de la batalla.