1 No dejó de advertir el Atrida Menelao, caro á Marte, que Patroclo había sucumbido en la lid á manos de los teucros; y, armado de luciente bronce, se abrió camino por los combatientes delanteros y empezó á moverse en torno del cadáver para defenderlo. De la suerte que la vaca primeriza da vueltas alrededor de su becerrillo, mugiendo tiernamente, como no acostumbrada á parir; de la misma manera bullía el rubio Menelao cerca de Patroclo. Y colocándose delante del muerto, enhiesta la lanza y embrazado el escudo, aprestábase á matar á quien se le opusiera. Tampoco Euforbo, el hábil lancero hijo de Panto, se descuidó al ver en el suelo al eximio Patroclo; sino que se detuvo á su vera y dijo á Menelao, caro á Marte:
12 «¡Menelao Atrida, alumno de Júpiter, príncipe de hombres! Retírate, suelta el cadáver y desampara estos sangrientos despojos; pues, en la reñida pelea, ninguno de los troyanos ni de los auxiliares ilustres envasó su lanza á Patroclo antes que yo lo hiciera. Déjame alcanzar inmensa gloria entre los teucros. No sea que, hiriéndote, te quite la dulce vida.»
18 Respondióle muy indignado el rubio Menelao: «¡Padre Júpiter! No es bueno que nadie se vanagloríe con tanta soberbia. Ni la pan-