gran Ayax, hijo de Telamón. Pronto le distinguió á la izquierda de la batalla, donde animaba á sus compañeros y les incitaba á pelear, pues Febo Apolo les había infundido un gran terror. Corrió á encontrarle; y poniéndose á su lado, le dijo estas palabras:
120 «¡Ayax! Ven, amigo; apresurémonos á combatir por Patroclo muerto, y quizás podamos llevar á Aquiles el cadáver desnudo, pues las armas las tiene Héctor, de tremolante casco.»
123 Así dijo; y conmovió el corazón del aguerrido Ayax, que atravesó al momento las primeras filas junto con el rubio Menelao. Héctor había despojado á Patroclo de las magníficas armas y se lo llevaba arrastrando, para separarle con el agudo bronce la cabeza de los hombros y entregar el cadáver á los perros de Troya. Pero acercósele Ayax con su escudo como una torre; y Héctor, retrocediendo, llegó al grupo de sus amigos, saltó al carro y entregó las magníficas armas á los troyanos para que las llevaran á la ciudad, donde habían de proporcionarle inmensa gloria. Ayax cubrió con su gran escudo al hijo de Menetio y se mantuvo firme. Como el león anda en torno de sus cachorros cuando llevándolos por el bosque le salen al encuentro los cazadores, y haciendo gala de su fuerza, baja los párpados y cierra los ojos; de aquel modo corría Ayax alrededor del héroe Patroclo. En la parte opuesta hallábase Menelao, caro á Marte, en cuyo pecho el dolor iba creciendo.
140 Glauco, hijo de Hipóloco, caudillo de los licios, dirigió entonces la torva faz á Héctor, y le increpó con estas palabras:
142 «¡Héctor, el de más hermosa figura, muy falto estás del valor que la guerra exige! Inmerecida es tu buena fama, cuando solamente sabes huir. Piensa cómo en adelante defenderás la ciudad y la ciudadela, solo y sin más auxilio que los hombres nacidos en Ilión. Ninguno de los licios ha de pelear ya con los dánaos en favor de la ciudad, puesto que para nada se agradece el batallar siempre y sin descanso contra el enemigo. ¿Cómo, oh cruel, salvarás en la turba á un obscuro combatiente, si dejas que Sarpedón, huésped y amigo tuyo, llegue á ser presa y botín de los argivos? Mientras estuvo vivo, prestó grandes servicios á la ciudad y á ti mismo; y ahora no te atreves á apartar de su cadáver á los perros. Por esto, si los licios me obedecieren, volveríamos á nuestra patria, y la ruina más espantosa amenazaría á Troya. Mas, si ahora tuvieran los troyanos el valor audaz é intrépido que suelen mostrar los que por la patria sostienen contiendas y luchas con los enemigos, pronto arrastraríamos el cadáver de Patroclo hasta Ilión. Y en seguida que el cuerpo de