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CANTO DÉCIMOCTAVO

por un trípode; llenáronla de agua, y metiendo leña debajo la encendieron: el fuego rodeó la caldera y calentó el agua. Cuando ésta hirvió en la caldera de bronce reluciente, lavaron el cadáver, ungiéronlo con pingüe aceite y taparon las heridas con un ungüento que tenía nueve años; después, colocándolo en el lecho, lo envolvieron desde la cabeza hasta los pies en fina tela de lino y lo cubrieron con un velo blanco. Los mirmidones pasaron la noche alrededor de Aquiles, el de los pies ligeros, dando gemidos y llorando á Patroclo. Y Júpiter habló de este modo á Juno, su hermana y esposa:

357 «Lograste al fin, Juno veneranda, la de los grandes ojos, que Aquiles, ligero de pies, volviera á la batalla. Sin duda nacieron de ti los aqueos de larga cabellera.»

360 Respondió Juno veneranda, la de los grandes ojos: «¡Terribilísimo Saturnio! ¡Qué palabras proferiste! Si un hombre, no obstante su condición de mortal y no saber tanto, puede realizar su propósito contra otro hombre, ¿cómo yo, que me considero la primera de las diosas por mi abolengo y por llevar el nombre de esposa tuya, de ti que reinas sobre los inmortales todos, no había de causar males á los teucros estando irritada contra ellos?»

368 Así éstos conversaban. Tetis, la de los argentados pies, llegó al palacio imperecedero de Vulcano, que brillaba como una estrella, lucía entre los de las deidades, era de bronce y habíalo edificado el Cojo en persona. Halló al dios bañado en sudor y moviéndose en torno de los fuelles, pues fabricaba veinte trípodes que debían permanecer arrimados á la pared del bien construído palacio y tenían ruedas de oro en los pies para que de propio impulso pudieran entrar donde los dioses se congregaban y volver á la casa. ¡Cosa admirable! Estaban casi terminados, faltándoles tan sólo las labradas asas, y el dios preparaba los clavos para pegárselas. Mientras hacía tales obras con sabia inteligencia, llegó Tetis, la diosa de los argentados pies. La bella Caris, que llevaba luciente diadema y era esposa del ilustre Cojo, vióla venir, salió á recibirla, y, asiéndola por la mano, le dijo:

385 «¿Por qué, oh Tetis la de largo peplo, venerable y cara, vienes á nuestro palacio? Antes no solías frecuentarlo. Pero, sígueme, y te ofreceré los dones de la hospitalidad.»

388 Dichas estas palabras, la divina entre las diosas introdujo á Tetis y la hizo sentar en un hermoso trono labrado, tachonado con clavos de plata y provisto de un escabel para los pies. Y llamando á Vulcano, ilustre artífice, le dijo: «¡Vulcano! Ven acá, pues Tetis te necesita.»