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LA ILÍADA

hombres; y éste, que llevaba una reluciente armadura de bronce, se abrió paso por los combatientes delanteros. Juno, la de los níveos brazos, no dejó de advertir que el hijo de Anquises atravesaba la muchedumbre para salir al encuentro del Pelida; y llamando á otros dioses, les dijo:

115 «Considerad en vuestra mente, Neptuno y Minerva, cómo esto acabará; pues Eneas, armado de reluciente bronce, se encamina en derechura al Pelida por excitación de Febo Apolo. Ea, hagámosle retroceder, ó alguno de nosotros se ponga junto á Aquiles, le infunda gran valor y no deje que su ánimo desfallezca; para que conozca que le acorren los inmortales más poderosos, y que son débiles los dioses que en el combate y la pelea protegen á los teucros. Todos hemos bajado del Olimpo á intervenir en esta batalla, para que Aquiles no padezca hoy ningún daño de parte de los teucros; y luego sufrirá lo que la Parca dispuso, hilando el lino, cuando su madre lo dió á luz. Si Aquiles no se entera por la voz de los dioses, sentirá temor cuando en el combate le salga al encuentro alguna deidad; pues los dioses, en dejándose ver, son terribles.»

132 Respondióle Neptuno, que sacude la tierra: «¡Juno! No te irrites más de lo razonable, que no es decoroso. Ni yo quisiera que nosotros, que somos los más fuertes, promoviéramos la contienda entre los dioses. Vayamos á sentarnos en aquella altura, y de la batalla cuidarán los hombres. Y si Marte ó Febo Apolo dieren principio á la pelea ó detuvieren á Aquiles y no le dejaren combatir, iremos en seguida á luchar con ellos, y me figuro que pronto tendrán que retirarse y volver al Olimpo, á la junta de los demás dioses, vencidos por la fuerza de nuestros brazos.»

144 Dichas estas palabras, el dios de los cerúleos cabellos llevólos al alto terraplén que los troyanos y Palas Minerva habían levantado en otro tiempo para que el divino Hércules se librara de la ballena cuando, perseguido por ésta, pasó de la playa á la llanura. Allí Neptuno y los otros dioses se sentaron, extendiendo en derredor de sus hombros una impenetrable nube; y al otro lado, en la cima de la Colina hermosa, en torno de ti, flechador Febo, y de Marte, que destruye las ciudades, acomodáronse las deidades protectoras de los teucros. Así unos y otros, sentados en dos grupos, deliberaban y no se decidían á empezar el funesto combate. Y Júpiter desde lo alto les incitaba á comenzarlo.

156 Todo el campo, lleno de hombres y caballos, resplandecía con el lucir del bronce; y la tierra retumbaba debajo de los pies de los gue-