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LA ILÍADA

Dicen que eres prole del eximio Peleo y tienes por madre á Tetis, ninfa marina de hermosas trenzas; mas yo me glorío de ser hijo del magnánimo Anquises y mi madre es Venus: aquéllos ó éstos tendrán que llorar hoy la muerte de su hijo, pues no pienso que nos separemos, sin combatir, después de dirigirnos pueriles insultos. Si deseas saberlo, te diré cuál es mi linaje, de muchos conocido. Primero Júpiter, que amontona las nubes, engendró á Dárdano, y éste fundó la Dardania al pie del Ida, en manantiales abundoso; pues aún la sacra Ilión, ciudad de hombres de voz articulada, no había sido edificada en la llanura. Dárdano tuvo por hijo al rey Erictonio, que fué el más opulento de los mortales hombres: poseía tres mil yeguas que, ufanas de sus tiernos potros, pacían junto á un pantano.—El Bóreas enamoróse de algunas de las que vió pacer, y transfigurado en caballo de negras crines, hubo de ellas doce potros que en la fértil tierra saltaban por encima de las mieses sin romper las espigas y en el ancho dorso del espumoso mar corrían sobre las mismas olas.—Erictonio fué padre de Tros, que reinó sobre los troyanos; y éste dió el ser á tres hijos irreprensibles: Ilo, Asáraco y el deiforme Ganimedes, el más hermoso de los hombres, á quien arrebataron los dioses á causa de su belleza para que escanciara el néctar á Júpiter y viviera con los inmortales. Ilo engendró al eximio Laomedonte, que tuvo por hijos á Titón, Príamo, Lampo, Clitio é Hicetaón, vástago de Marte. Asáraco engendró á Capis, cuyo hijo fué Anquises. Anquises me engendró á mí y Príamo al divino Héctor. Tal alcurnia y tal sangre me glorío de tener. Pero Júpiter aumenta ó disminuye el valor de los guerreros como le place, porque es el más poderoso. Ea, no nos digamos más palabras como si fuésemos niños, parados así en medio del campo de batalla. Fácil nos sería inferirnos tantas injurias, que una nave de cien bancos de remeros no podría llevarlas. Es voluble la lengua de los hombres, y de ella salen razones de todas clases; hállanse muchas palabras acá y allá, y cual hablares, tal oirás la respuesta. Mas ¿qué necesidad tenemos de altercar, disputando é injuriándonos, como mujeres irritadas, las cuales, movidas por el roedor encono, salen á la calle y se zahieren diciendo muchas cosas, verdaderas unas y falsas otras, que la cólera les dicta? No lograrás con tus palabras que yo, estando deseoso de combatir, pierda el valor antes de que con el bronce y frente á frente peleemos. Ea, acometámonos en seguida con las broncíneas lanzas.»

259 Dijo; y arrojando la fornida lanza, clavóla en el terrible y ho-