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CANTO VIGÉSIMO PRIMERO

mente ó se quedará en el seno de la fértil tierra que hasta á los fuertes retiene.»

64 Pensando en tales cosas, Aquiles continuaba inmóvil. Licaón, asustado, se le acercó á tocarle las rodillas; pues en su ánimo sentía vivo deseo de librarse de la triste muerte y de su negro destino. El divino Aquiles levantó en seguida la enorme lanza con intención de herirle, pero Licaón se encogió y corriendo le abrazó las rodillas; y aquélla, pasándole por cima del dorso, se clavó en el suelo, codiciosa de cebarse en el cuerpo de un hombre. En tanto Licaón suplicaba á Aquiles; y abrazando con una mano sus rodillas y sujetando con la otra la aguda lanza, estas aladas palabras le decía:

74 «Te lo ruego abrazado á tus rodillas, Aquiles: respétame y apiádate de mí. Has de tenerme, oh alumno de Júpiter, por un suplicante digno de consideración; pues comí en tu tienda el fruto de Ceres el día en que me hiciste prisionero en el campo bien cultivado, y llevándome lejos de mi padre y de mis amigos, me vendiste en Lemnos: cien bueyes te valió mi persona. Ahora te daría el triple para rescatarme. Doce días ha que, habiendo padecido mucho, volví á Ilión; y otra vez el hado funesto me pone en tus manos. Debo de ser odioso al padre Júpiter, cuando nuevamente me entrega á ti. Para darme una vida corta, me parió Laótoe, hija del anciano Altes que reina sobre los belicosos léleges y posee la excelsa Pédaso junto al Sátniois. Á la hija de aquél la tuvo Príamo por esposa con otras muchas; de la misma nacimos dos varones y á entrambos nos habrás dado muerte. Ya hiciste sucumbir entre los infantes delanteros á Polidoro, hiriéndole con la aguda pica; y ahora la desgracia llegó para mí, pues no espero escapar de tus manos después que un dios me ha echado en ellas. Otra cosa te diré que fijarás en la memoria: No me mates; pues no nací del mismo vientre que Héctor, el que dió muerte á tu dulce y valiente amigo.»

97 Con tales palabras el preclaro hijo de Príamo suplicaba á Aquiles; pero fué amarga la respuesta que escuchó:

99 «¡Insensato! No me hables del rescate, ni lo menciones siquiera. Antes que á Patroclo le llegara el día fatal, me era grato abstenerme de matar á los teucros y fueron muchos los que cogí vivos y vendí luego; mas ahora ninguno escapará de la muerte, si un dios lo pone en mis manos delante de Ilión y especialmente si es hijo de Príamo. Por tanto, amigo, muere tú también. ¿Por qué te lamentas de este modo? Murió Patroclo, que tanto te aventajaba. ¿No ves cuán gallardo y alto de cuerpo soy yo, á quien engendró un padre