514 Después de Diomedes llegó Antíloco, descendiente de Neleo, el cual se había anticipado á Menelao por haber usado de fraude y no por la mayor ligereza de su carro; pero así y todo, Menelao guiaba muy cerca de él los veloces caballos. Cuanto el corcel dista de las ruedas del carro en que lleva á su señor por la llanura (las últimas cerdas de la cola tocan la llanta y un corto espacio los separa mientras aquél corre por el campo inmenso): tan rezagado estaba Menelao del eximio Antíloco; pues si bien al principio se quedó á la distancia de un tiro de disco, pronto volvió á alcanzarle porque el fuerte vigor de la yegua de Agamenón, de Eta, de hermoso pelo, iba aumentando. Y si la carrera hubiese sido más larga, el Atrida se le habría adelantado, sin dejar dudosa la victoria.—Meriones, el buen escudero de Idomeneo, seguía al ínclito Menelao, como á un tiro de lanza; pues sus corceles, de hermoso pelo, eran más tardos y él muy poco diestro en guiar el carro en un certamen.—Presentóse, por último, el hijo de Admeto tirando de su hermoso carro y conduciendo por delante los caballos. Al verle, el divino Aquiles, el de los pies ligeros, se compadeció de él, y dirigió á los argivos estas aladas palabras:
536 «Viene el último con los solípedos caballos el varón que más descuella en guiarlos. Ea, démosle, como es justo, el segundo premio, y llévese el primero el hijo de Tideo.»
539 Así habló y todos aplaudieron lo que proponía. Y le hubiese entregado la yegua—pues los aqueos lo aprobaban,—si Antíloco, hijo del magnánimo Néstor, no se hubiera levantado para decir con razón al Pelida Aquiles:
544 «¡Oh Aquiles! Mucho me enfadaré contigo si llevas al cabo lo que dices. Vas á quitarme el premio, atendiendo á que recibieron daño su carro y los veloces corceles y él es esforzado; pero tenía que rogar á los inmortales y no habría llegado el último de todos. Si le compadeces y es grato á tu corazón, como hay en tu tienda abundante oro y posees bronce, rebaños, esclavas y solípedos caballos, entrégale, tomándolo de estas cosas, un premio aún mejor que éste, para que los aqueos te alaben. Pero la yegua no la daré, y pruebe de quitármela quien desee llegar á las manos conmigo.»
555 Así habló. Sonrióse el divino Aquiles, el de los pies ligeros, holgándose de que Antíloco se expresara en tales términos, porque era amigo suyo; y en respuesta, díjole estas aladas palabras:
558 «¡Antíloco! Me ordenas que dé á Eumelo otro premio, sacándolo de mi tienda, y así lo haré. Voy á entregarle la coraza de bron-