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CANTO VIGÉSIMO CUARTO

al instante los áureos divinos talares que le llevaban sobre el mar y la tierra inmensa con la rapidez del viento, y tomó la vara con la cual adormece á cuantos quiere ó despierta á los que duermen. Llevándola en la mano, el poderoso Argicida emprendió el vuelo, llegó muy pronto á Troya y al Helesponto, y echó á andar, transfigurado en un joven príncipe á quien comienza á salir el bozo y está graciosísimo en la flor de la juventud.

349 Cuando Príamo y el heraldo llegaron más allá del gran túmulo de Ilo, detuvieron los mulos y los caballos para que bebiesen en el río. Ya se iba haciendo noche sobre la tierra. Advirtió el heraldo la presencia de Mercurio, que estaba junto á él, y hablando á Príamo, le dijo:

354 «Atiende Dardánida, pues el lance que se presenta requiere prudencia. Veo á un hombre y me figuro que en seguida nos matará. Ea, huyamos en el carro, ó supliquémosle, abrazando sus rodillas, para ver si se apiada de nosotros.»

358 Esto dijo. Turbósele al anciano la razón, sintió un gran terror, se le erizó el pelo en los flexibles miembros y quedó estupefacto. Entonces el benéfico Mercurio se llegó al viejo, tomóle por la mano y le interrogó diciendo:

362 «¿Adónde, padre mío, diriges estos caballos y mulos durante la noche divina, mientras duermen los demás mortales? ¿No temes á los aqueos, que respiran valor, los cuales te son malévolos y enemigos y se hallan cerca de nosotros? Si alguno de ellos te viera conducir tantas riquezas en esta obscura y rápida noche, ¿qué resolución tomarías? Tú no eres joven, éste que te acompaña es también anciano, y no podríais rechazar á quien os ultrajara. Pero yo no te causaré ningún daño, y además te defendería de cualquier hombre, porque te pareces á mi padre.»

372 Respondióle el anciano Príamo, semejante á un dios: «Así es, como dices, hijo querido. Pero alguna deidad extiende la mano sobre mí, cuando me hace salir al encuentro un caminante de tan favorable augurio como tú, que tienes cuerpo y aspecto dignos de admiración y espíritu prudente, y naciste de padres felices.»

377 Díjole á su vez el mensajero Argicida: «Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero, ea, habla y dime con sinceridad: ¿Mandas á gente extraña tantas y tan preciosas riquezas á fin de ponerlas en cobro; ó ya todos abandonáis, amedrentados, la sagrada Ilión, por haber muerto el varón más fuerte, tu hijo, que á ninguno de los aqueos cedía en el combate?»