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CANTO QUINTO

afligido, traspasado de dolor—pues la flecha se le había clavado en la robusta espalda y abatía su ánimo,—fué el dios al palacio de Júpiter, al vasto Olimpo, y Peón curóle, que mortal no naciera, esparciendo sobre la herida drogas calmantes. ¡Osado! ¡Temerario! No se abstenía de cometer acciones nefandas y contristaba con el arco á los dioses que habitan el Olimpo.—Á ése le ha excitado contra ti Minerva, la diosa de los brillantes ojos. ¡Insensato! Ignora el hijo de Tideo que quien lucha con los inmortales, ni llega á viejo ni los hijos le reciben, llamándole ¡papá! y abrazando sus rodillas, de vuelta del combate y de la terrible pelea. Aunque es valiente, tema que le salga al encuentro alguien más fuerte que tú: no sea que luego la prudente Egialea, hija de Adrasto y cónyuge ilustre de Diomedes, domador de caballos, despierte con su llanto á los domésticos por sentir soledad de su legítimo esposo, el mejor de los aqueos todos.»

416 Dijo, y con ambas manos restañó el icor; curóse la herida y los acerbos dolores se calmaron. Minerva y Juno que lo presenciaban, intentaron zaherir á Jove Saturnio con mordaces palabras; y la diosa de los brillantes ojos empezó á hablar de esta manera:

421 «¡Padre Júpiter! ¿Te enfadarás conmigo por lo que diré? Sin duda Ciprina quiso persuadir á alguna aquea de hermoso peplo á que se fuera con los troyanos, que tan queridos le son; y acariciándola, áureo broche le rasguñó la delicada mano.»

426 De este modo habló. Sonrióse el padre de los hombres y de los dioses, y llamando á la dorada Venus, le dijo:

428 «Á ti, hija mía, no te han sido asignadas las acciones bélicas: dedícate á los dulces trabajos del himeneo, y el impetuoso Marte y Minerva cuidarán de aquéllas.»

431 Así los dioses conversaban. Diomedes, valiente en el combate, cerró con Eneas, no obstante comprender que el mismo Apolo extendía la mano sobre él; pues impulsado por el deseo de acabar con el héroe y despojarle de las magníficas armas, ya ni al gran dios respetaba. Tres veces asaltó á Eneas con intención de matarle; tres veces agitó Apolo el refulgente escudo. Y cuando, semejante á un dios, atacaba por cuarta vez, el flechador Apolo le increpó con aterradoras voces:

440 «¡Tidida, piénsalo mejor y retírate! No quieras igualarte á las deidades, pues jamás fueron semejantes la raza de los inmortales dioses y la de los hombres que andan por la tierra.»

443 Tal dijo. El Tidida retrocedió un poco para no atraerse la cólera del flechador Apolo; y el dios, sacando á Eneas del combate, le