gritando, y le siguieron las fuertes falanges troyanas que capitaneaban Marte y la venerable Belona: ésta promovía el horrible tumulto de la pelea; Marte manejaba una lanza enorme, y ya precedía á Héctor, ya marchaba detrás del mismo.
596 Al verle, estremecióse Diomedes, valiente en el combate. Como el inexperto viajero, después que ha atravesado una gran llanura, se detiene al llegar á un río de rápida corriente que desemboca en el mar, percibe el murmurio de las espumosas aguas y vuelve con presteza atrás; de semejante modo retrocedió el hijo de Tideo, gritando á los suyos:
601 «¡Oh amigos! ¿Cómo nos admiramos de que el divino Héctor sea hábil lancero y audaz luchador? Á su lado hay siempre alguna deidad para librarle de la muerte, y ahora es Marte, transfigurado en mortal, quien le acompaña. Emprended la retirada, con la cara vuelta hacia los teucros, y no queráis combatir denodadamente con los dioses.»
607 De esta manera habló. Los teucros llegaron muy cerca de ellos, y Héctor mató á dos varones diestros en la pelea que iban en un mismo carro: Menestes y Anquíalo.
610 Al verlos derribados por el suelo, compadecióse el gran Ayax Telamonio; y deteniéndose muy cerca del enemigo, arrojó la pica reluciente á Anfio, hijo de Selago, que moraba en Peso, era riquísimo en bienes y sembrados, y había ido—impulsábale el hado—á ayudar á Príamo y sus hijos. Ayax Telamonio acertó á darle en el cinturón, la larga pica se clavó en el empeine, y el guerrero cayó con estrépito. Corrió el esclarecido Ayax á despojarle de las armas—los teucros hicieron llover sobre el héroe agudos relucientes dardos, de los cuales recibió muchos el escudo,—y poniendo el pie encima del cadáver, arrancó la broncínea lanza; pero no pudo quitarle de los hombros la magnífica armadura, porque estaba abrumado por los tiros. Temió verse encerrado dentro de un fuerte círculo por los arrogantes teucros, que en gran número y con valentía le enderezaban sus lanzas; y aunque era corpulento, vigoroso é ilustre, fué rechazado y hubo de retroceder.
627 Así se portaban éstos en el duro combate. El hado poderoso llevó contra Sarpedón, igual á un dios, á Tlepólemo Heraclida, valiente y de gran estatura. Cuando ambos héroes, hijo y nieto de Júpiter, que amontona las nubes, se hallaron frente á frente, Tlepólemo fué el primero en hablar y dijo:
633 «¡Sarpedón, príncipe de los licios! ¿Qué necesidad tienes, no