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da por dos señoras de su amistad, y se dirigia al Gran Hótel del Pacífico, su residencia. De alli irá á un hospital de insanos.

¡Singulares caprichos del destino! La mujer á quien hallaron las nupciales fiestas en modestisima morada, en una villa oscura del Oeste, fué despues habitadora de la Casa Blanca, en la capital de la Union, durante los dias más notables de la contemporánea historia americana. La siguió luégo por todas partes el esplendor del nombre que llevaba y el respeto por el gran mártir que fué su marido. Y hoy, cuando la ancianidad comienza, cuando bien necesita el recogimiento y la calma un corazon tan fatigado por las emociones violentas de la gran crisis estrellada contra la voluntad de Lincoln, la suerte, la inexorable suerte, en vez de tornarla á la mansion que fué templo de sus amores, al primitivo hogar en donde toda alma encuentra paz inefable, la lleva á la mansion de los locos, como si hasta el fin debieran ser extraordinarias las transiciones de la vida en el apellido de aquel que, habiendo nacido pobre é ignorado en una humilde cabaña de Illinois, llegó á ser el primer americano de su tiempo.

Refiérese que las excentricidades de esta señora datan de la terrible noche del 14 de Abril de 1865, en que vió de súbito á Lincoln caer envuelto en su sangre bajo el inesperado ataque de un asesino.

Desde entónces no se le oyó hablar por mucho tiempo sino de la mortal escena; y si alguna vez pareció variar de mania, sólo fué para divagar sobre la guerra, cuyo espectro tal vez la aterraba, y para llorar, con insistencia que conmovia, la suerte de las numerosas madres que perdieron sus hijos en la terrible hecatombe. Más tarde degeneró en extravagancias que desprestigiaban su nombre y que afligian á los que no sospechaban el trastorno mental que las causaba.

¡Ah! En medio del egoismo de los tiempos, todavia hay ejemplos de abnegacion y amor: todavia hay seres que asimilan su existencia á la nuestra, y que resumen y confunden sus aspiraciones en las aspiraciones del sér amado. Vive Carlota entre rejas, en irremediable, desgarrador delirio, aguardando como un verdadero momento lúcido el momento de la muerte, que ha de permitir á su alma buscar el alma de Maximiliano de Austria. El sentimiento y la suerte de la noble Princesa tienen mucha semejanza con el trágico fin de la demócrata americana. Cuando los años hayan dado interes romancesco á los hechos de nuestra edad, será tema querido de la poesía y de la pintura este cuadro solemne de media noche, en que no se oyen sino los estertores del moribundo Presidente y los sollozos de la esposa, teniendo por complemento en segundo término el cuadro del siguiente dia en que la luz de la aurora sólo encuentra un cadáver y una loca.

Por camino bien distinto, otra mujer acaba de abrirse paso á la inmortalidad en el Estado de Georgia. Era una soltera de ochenta y seis años, millonaria, que ha muerto dejando munificentes legados á várias sociedades. Para la Sociedad Histórica de Georgia ha destimado ciento setenta y cinco mil pesos: para la iglesia presbiteriana (su culto) de Savannah, ochenta mil; para la iglesia presbiteriana de Augusta, treinta mil, y el resto, hasta contar más de un millon de pesos, lo ha distribuido entre Academias de artes y de ciencias, Hospitales de mujeres y otros institutos de caridad.

Testamentos de esta especie no son raros en los Estados-Unidos. Los bienhechores que produce esta raza positivista son bienhechores prácticos. Cuántas vidas salvadas de la ignorancia y del vicio! ¡Cuánto bien cierto para la civilizacion va á producir la fortuna que perteneció á la Sra. Telfair!

Unamos nuestras bendiciones á las de los beneficiados, y hagamos votos por que el acto tenga imitadores entre los que disipan riquezas que harian la dicha de pueblos enteros.

P. E. R.
LA LUZ DEL ALBA.


Rasga la noche triste
    Su sombra incierta,
Porque allá en la alta cumbre
    La luz despierta,
    Luciendo ufana
Los más bellos colores
    De la mañana.

Recamando las nubes,
Finge á mis ojos
Reflejos amarillos,
Blancos y rojos,
Que el alba envia,
Para que ansioso en ellos
Se encienda el dia.

La niebla sobre el valle
Muestra su velo,
Su majestad el monte,
Su pompa el cielo;
Y el agua ondea,
Y la luz de las ondas
Relampaguea.

Noche es mi pensamiento
Callada y triste,
Tú eres la luz que al dia
De rayos viste;
La luz que alcanza
A disipar las sombras
De mi esperanza.

Dió á tus ojos la aurora
Su faz risueña,
Nubes son los deseos
Que el alma sueña,
Y en dulce calma
Al rayo de tus ojos
Se enciende el alma.

Mi corazon suspira,
Vela el deseo,
Porque en la luz del alba
Tu imágen veo;
Mas aparece,
Brilla un instante, y frágil
Se desvanece.

Somos, gentil encanto
Del alma mia,
Tú claridad, yo sombra,
Mi amor el dia
Que la serena
Bóveda de los cielos
Inmenso llena.

Rasga la noche triste
Su sombra oscura,
Que resplandor lejano
Débil fulgura;
Las cumbres salva,
Y en las nubes sonrie
La luz del alba.

     José Selgas.


LAS CALIFORNIAS
CRÓNICA DE UN PRONUNCIAMIENTO.
I.

Chasco y grande se lleva el que suponga que vamos á ocuparnos aqui de ese pedazo del nuevo mundo, tan célebre por el oro de que las entrañas de sus montes y cerros se encuentran henchidas. Yo no puedo hablar de lo que no conozco, y California y sus ricos veneros son de esas cosas que estoy en mi perfecto derecho para calficar de fantásticas, por razones que, si bien omito, son á mi entender incontrovertibles.

Creo que baste lo dicho para que nadie se llame á engaño al ver que sólo se trata en esta concienzuda crómica de antiguallas y costumbres revolucionarias de los tiempos en que yo me criaba, tiempos que, con perdon de la gente moza, eran mucho mejores que estos que alcanzamos.

Por supuesto que al convertirme en paladin de semejante causa, no me presento en el palenque como nuestros ilustres predecesores, armado de punta en blanco, lanza en ristre y tajante cuchilla al cinto. No señor: á otros tiempos otras costumbres, y por lo tanto, sólo me toca esgrimir en esta liza la lógica que de los hechos se desprende, para que el que leyere saque la consecuencia que de la comparacion resulte.

Yo no conozco á fondo más mundo que mi pueblo, y sólo á él me refiero en cuanto digo.—Si en otra parte ha pasado ó pasa lo contrario, nada tengo que ver con ello. A los viejos de esas localidades toca ser sus cronistas.

II.

Corria el año de gracia de 1855, cuyo invierno fué tan abundante en lluvias por el litoral de las provincias andaluzas, y sobre todo en la de Cádiz, que los hombres más ancianos de aquellos campos juraban á puño cerrado no haber visto invierno semejante. Como era consiguiente, las faenas agrícolas de las viñas, que son las que alli dan el jornal de que la mayor parte de los "braceros saca el pan nuestro de cada dia, no pudieron hacerse por lo enaguachado del terreno, y esta paralizacion del trabajo ordinario produjo la necesidad de que las clases acomodadas se repartieran entre si, y segun su capital, los trabajadores necesitados, para darles un salario, aunque fuese corto, y utilizarlos como mejor pudieran, lo cual es costumbre, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, en aquel rincon del mundo. Mas esta costumbre no es tan general que no tenga una excepcion, y esta excepcion es mi pueblo, donde se hacen, ó por mejor decir, se hacian las cosas de otra manera.

Alli en tales casos el Ayuntamiento, congregado en sesion extraordinaria con los propietarios, reparte á cada uno de éstos la cantidad con que debe contribuir como adelanto reintegrable al Municipio para que éste emprenda un trabajo con que dé de comer á los braceros. La discusion es siempre breve, y al disolverse el congreso aquel quedan ya en caja los caudales votados, para que al siguiente dia emprenda el Ayuntamiento la construccion de un narazo en la playa, y todo hombre de bien tenga donde ganar un jornal, pues esta clase de faenas, que consisten en ahondar, nivelándolo al mismo tiempo, un trozo de terreno arenisco que despues se rodea de gavias, puede hacerse con todos los tiempos.

Concluido el narazo no falta nunca quien dé por él lo que de coste tiene: el Municipio le vende y devuelve en seguida lo que le adelantaron para hacerle. Nadie perdió nada, los pobres comieron y la riqueza pública sale gananciosa, pues aquel pedazo de suelo improductivo da ya hermosisimas cosechas de patatas, maíz, melones y cuanto la mejor huerta puede dar. Una familia honrada y laboriosa levanta poco despues una chocita sobre el baldo del Norte, y el que vuelve á pasar al año siguiente por aquel paraje, ve cómo esa familia honrada y laboriosa rompe los grillos que á la pobreza la tenian sujeta por medio del trabajo constante de toda ella, segun las fuerzas de cada uno de sus individuos, pues en un marazo hay trabajo reproductivo que ejecutar para todo bicho viviente.

III.

Ya he dicho que el año de gracia de 1855 fué tan abundante en lluvias por aquella comarca, que nadie recordaba otro semejante. Claro es que se hizo lo que siempre se hacia, para que á los braceros que no cóntaban con más recursos que su jornal no les faltára éste; pero claro es tambien que un año en que los temporales se prolongaron más lo que nadie podia prever, los primeros recursos que se habian votado no fueron bastantes á evitar que sucedera lo que al fin sucedió.

Cuando llegó aquel mal tiempo, y con él la parada, el Municipio emprendió, en las arenas de la playa, la obra de un narazo, cuyas dimensiones tuvo el buen tino de no marcar para que el trabajo durase tanto como la fa'ta de él, y las cosas fueron á las mil maravillas p r espacio de un mes ó mes y medio. Pero al fin amaneció un dia en que los fondos que quedaban en caja no eran bastantes para pagar los jornales que al ponerse el sol tendrian devengados el sinnúmero de hombres que en el narazo trabajaban. Para hacer un segundo empréstito eran necesarias lo ménos cuarenta y ocho horas, tanto por las circunstancias especiales de aquel año, como por hallarse á la sazon fuera del pueblo algunos propietarios de los más acaudalados, y con cuyos votos habia que contar imprescindiblemente.

El buen alcalde tomó el único camino que le quedaba. Mandó un recado a los capataces que regian el tajo, ordenándoles que se dijera á todos ántes de empezar la faena, que aquella peonada sólo se pagaria á tres reales, por ser hasta donde alcanzaban los fondos que el Municipio tenia en caja, los cuales no era posible aumentar hasta la tarde siguiente, en que ya, con el favor de Dios, las cosas seguirian como ántes.

No pudieron cumplir muy bien esta órden los pobres capataces, pues apénas salió de sus labios lo de los tres reales, una tempestad de silbidos, gritos y cuchufletas de toda especie los hizo enmudecer.

En seguida los trabajadores, soltando las herramientas que acababan de tomar, se reunieron en un gran grupo. El tio Papa-guindas y seño Juan el Lego, de cuyos personajes no necesito hacer presentacion mas solemne porque no la merecen, tomaron la palabra como hacer solian siempre que hallaban ocasion, y con su mágica elocuencia consiguieron muy pronto que en toda aquella masa de gente imperára su opinion.

No está aún del todo averiguado si fué uno de estos dos oradores ú otra persona el primero que pronunció las palabras que despues dieron nombre al pronuncamiento que historio y al hermoso marazo que hoy se llama Las Californias.

Lo que de cierto se sabe es que ántes de salir el grupo de los arenales en direccion al Ayuntamiento, ya se cantaba por los amotinados trabajadores esta copla:

«Dicen que la California
Está en estos arenales,
Y el que escarba un dia entero
Se encuentra con tres reales. »

Como se ve, el asunto principió tomándose á broma.