quieta. La Española se deslizaba con seguridad, sumergiendo en las ondas de cuando en cuando su bauprés, y produciendo con él algo como pequeñas explosiones de espuma; todo seguía su curso natural desde las gavias hasta la quilla, y todos parecían llenos del más esforzado ánimo, supuesto que ya casi tocábamos con la mano, por decirlo así, el fin de la primera parte de nuestra aventura.
En tales condiciones y ya mucho después de puesto el sol, cuando mi trabajo del día estaba concluido y ya me iba en derechura á mi camarote para dormir, ocurrióseme el deseo de comer una manzana. Subí sobre cubierta. La vigilancia estaba toda á proa, como es natural, en espera de descubrir la isla. El timonel observaba la orza de la vela y se divertía silbando alegremente. Este era el ruido único que se escuchaba, á excepción del rumor del mar que hendía la proa y que murmuraba suavemente sobre los costados de la goleta.
Me lancé gentilmente hasta el fondo del gran barril de las manzanas en busca de alguna, y me encontré con que apenas si habían quedado en sus profundidades una ó dos. Crucéme de piernas tranquilamente en aquel fondo oscuro, sin más intención que la de concluir con mi manzana; pero ya fuese el monótono rumor del mar, ya el suave balanceo de la goleta en aquel momento, el hecho es, ó que dormité por unos instantes ó que estuve á punto de hacerlo, cuando un hombre pesado se sentó repentinamente junto á mi escondite. El barril se estremeció cuando aquel hombre recargó su espalda y ya iba yo á saltar afuera cuando el recién venido comenzó á hablar. Era la voz de Silver y no había yo oído una docena de