Una vez en tierra, dímonos toda la prisa que era posible para franquear la tierra de bosque que nos separaba de nuestro baluarte. Á cada paso que dábamos, las voces de los piratas que venían por la playa llegaban más y más distintas á nuestros oídos. Muy pronto ya nos fué fácil distinguir el rumor de sus precipitados pasos, y el crujido de las ramas de los arbustos á través de cuyos matorrales se venían abriendo camino.
Comencé á creer entonces que la cosa iba de veras y hasta requerí el fiador de mi mosquete.
Capitán, dije: el Sr. de Trelawney es el de puntería infalible entre nosotros; déle Vd. su mosquete, porque el suyo está inutilizado.
Sin responderme cambiaron rápidamente de armas y Trelawney, callado y frío como había estado desde el principio de la batalla, se detuvo por un instante para cerciorarse de que el arma estaba en buen estado para servicio inmediato. En el mismo momento, notando que Gray iba desarmado, le alargué mi cuchillo. Mucho nos animó el ver á aquel chico escupirse la mano, remangarse