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LA ISLA DEL TESORO

—¿Y bien?, dijo el Capitán Smollet con la mayor calma y sangre fría del mundo.

Todo cuanto Silver decía en su enmarañado é inextricable lenguaje era para el Capitán un verdadero enigma, pero nadie se lo habría figurado por el tono de su voz. En cuanto á mí, comenzaba á tener una sospecha. Las últimas palabras de Ben Gunn me vinieron á la memoria y me dí á suponer que quizás habría hecho una visita á los piratas mientras estaban reunidos en torno de su hoguera, completamente borrachos ó poco menos, y acaricié con alegría la esperanza de que quizás ya no teníamos, á esas horas, sino catorce enemigos con quienes lidiar.

—Y bien, contestó Silver, lo que hay es esto: que queremos ese tesoro y que lo tendremos; esa es nuestra base. Vds., á su vez, pueden, sin pérdida de tiempo, asegurar sus vidas, á lo que creo: esa es la base de Vds. En poder de Vds. obra un mapa, ¿no es verdad?

—¡Bien podría ser!, murmuró el Capitán.

—¡Oh! lo es, de seguro, no me cabe duda, replicó Silver. No hay para qué hacerse el misterioso con un hombre como yo; es esta una treta del todo inútil, puede Vd. creerlo. Lo que quiero decir es que nosotros necesitamos ese mapa. Por lo demás, nosotros nunca habíamos pensado en hacer á Vd. el menor daño, ¡no señor!

—Amigo, esa no pega, le interrumpió el Capitán. Nosotros sabemos perfectamente lo que Vds. se proponían hacer, y lo cierto es que no nos importa un bledo, porque ya bien ve Vd. que, lo que es por ahora, los tales propósitos son ya simplemente imposibles.

Y diciendo esto el Capitán miró con la mayor calma á