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LA ISLA DEL TESORO

davit quería decir) de que en una costa habitada y segura los desembarcaré sanos y salvos; ó si esto no les conviniera mucho por ser medio salvajes algunos de mis hombres, ó por tener recelo de despertar antiguos rencores, entonces ¡qué demonio! pueden Vds. estarse aquí, ¡sí señores! Dividimos las provisiones de boca con Vds. á lo legal y justo, en proporción de lo que nos toque, á tanto por cabeza y, lo mismo que en el caso anterior, les doy mi afilavis de que al primer buque que encontremos lo mando acá para recogerlos. No dirá Vd. que esto es pura charla: la verdad es que Vds. no pueden esperar nada mejor que lo que yo propongo. Espero pues (y al decir esto levantó la voz considerablemente) que toda la tripulación—vamos al decir—que toda la tripulación de este reducto, considerará bien mis palabras, porque lo que he hablado para uno, hablado está para todos.

El Capitán Smollet se puso en pie, sacó las cenizas del fondo de su pipa sacudiéndola sobre la palma de la mano y luego con toda su calma anterior interrogó así á Silver:

—¿Es eso todo?

—¡Sí, por vida del infierno, esa es mi última palabra! Rehuse Vd. eso y no volverán á oir Vds. de mí más que el zumbido de las balas de mis mosquetes.

—Está muy bien, dijo el Capitán. Pues ahora óigame Vd. á mí. Si vienen Vds. á presentarse aquí, de uno en uno y desarmados, me comprometo á ponerlos á todos con grillos y esposas y llevarlos para que tengan un proceso en regla, hasta Inglaterra. Si mi proposición no le conviene á Vd., me llamo Alejandro Smollet, la bandera de mi Soberano está enarbolada sobre esta casa y prometo enviarle á Vd. y á todos los suyos á los apretados infier-