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EL CAMPO ENEMIGO

hacia donde estábamos Silver y yo, y al efectuar ese movimiento la luz rojiza que caía en sus facciones les prestaba contornos y tintas espantables. Empero sus ojeadas amenazadoras no eran ya para mí, sino para Silver.

—Me parece que tienen Vds. pudriéndoseles de calladas una lía de cosas que buscan aire. ¡Pues abrir las escotillas y soltarlas, sin melindres, amigos, ó si no, apartarse!, dijo Silver escupiendo con el más altivo desdén.

—Pues con el permiso de Vd., señor, saltó uno de los hombres. Vd. es bastante olvidadizo tratándose de algunas de nuestras reglas. Sería, tal vez, con el fin de vigilar por el cumplimiento de las restantes. ¡Está bien! Pero esta tripulación que ve Vd. aquí, está descontenta; esta tripulación está resuelta á arriesgar el todo por el todo (dispensando la libertad) y así es que, conforme á nuestras propias reglas, según entiendo, nos retiramos á celebrar consejo todos juntos. Vd. dispensará, señor, reconociéndolo como lo reconocemos por nuestro Capitán á estas horas todavía. Yo reclamo mi derecho y me salgo afuera para deliberar.

—Diciendo esto hizo un respetuoso y complicado saludo, á estilo de marineros, y con la mayor calma y sangre fría salió afuera del reducto. Á ese que era un sujeto alto, de aspecto enfermizo, con ojos amarillentos y como de treinta y cinco años, siguieron otro y otros de los de la banda, observando en todo su ejemplo. Cada uno iba haciendo su reverencia al pasar y cada uno añadía alguna excusa por el estilo.

—¡Conforme á reglamento!, dijo uno.

—Sesión de afiliados, añadió Morgan.

Y así, ya con una expresión, ya con otra, todos salieron