drugador, no cabe duda, pero ya sabemos aquí que, como lo dice el dicho “el pájaro madrugador es el que coge las raciones.” Jorge, muévete, muchacho, y ayuda al Doctor Livesey á saltar á bordo de este navío. Por aquí todo va bien, Doctor; todos sus enfermos van mejorando mucho y todos están contentos.
Hablando de esta suerte estaba allí, de pie en la cima de la loma, con su muleta bajo el brazo y con la otra mano apoyándose en una de las paredes de la casa. Su actitud, su acento, sus palabras, sus modales, ya eran, de nuevo, los del mismo John Silver que yo conociera en Brístol.
—Le tenemos preparada á Vd., por hoy, una pequeña sorpresa Señor Doctor, continuó. Tenemos aquí un extrañito. Un nuevo comensal y huésped, sí señor, tan listo y templado como un violín. Aquí ha dormido toda la noche, como un sobrecargo, al lado mismo del viejo John.
Á este tiempo, el Doctor Livesey había ya saltado la estacada y estaba muy cerca del cocinero, por lo cual pude observar muy bien la alteración de la voz en que preguntaba:
—¿Supongo que no será Jim?
—El mismo Jim en cuerpo y alma, sí señor, contestó Silver.
El Doctor se detuvo afuera, y aunque no respondió ya palabra alguna, pasaron algunos segundos antes de que pareciera poder moverse.
—¡Bien, bien!, dijo por último. Primero la obligación y luego el placer, como se diría Vd. á sí mismo. Vamos á ver y á examinar á esos enfermos.