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LA ISLA DEL TESORO

ro? El Capitán Flint no era hombre que se entretuviera en recoger la bolsa de un marinero, y en cuanto á los pájaros no me parece que excitara su codicia semejante hallazgo.

—¡Por mi patrón Satanás!, exclamó Silver. Eso me parece muy racional.

—Pues no hay por todo esto ni trazas de cosa alguna, dijo Merry, que registraba todavía en todo el derredor de la osamenta; ni un pobre penique de cobre, ni nada parecido. Pues esto sí que no es natural.

—¡No, por vida mía!, agregó Silver; ni natural ni tranquilizador, ni agradable en manera alguna. ¡Mil carronadas!, compañeros... la verdad es que si Flint estuviera aún vivo, ya tendríamos aquí cuentas largas que entregar. Seis eran los que le acompañaron; seis somos nosotros, y de aquéllos, ya lo hemos visto, no quedan más que las osamentas.

—Yo lo ví muerto con estos ojos que se ha de comer la tierra, dijo Morgan. Billy Bones me llevó á verlo. Tendido estaba allí con un penique de cobre sobre cada ojo.

—¡Muerto, sí!, ya lo creo, y sepultado en los infiernos, dijo el herido de la cabeza. Pero yo creo, de veras, que si alguna vez hubo ánima en pena, ¡esa ha de ser el alma condenada de Flint! ¡Cáspita! ¡pues vaya si tuvo una mala y horrible muerte aquel hombre!

—En cuanto á eso, ni quien lo dude, observó un tercero. En su agonía, ya blasfemaba como un condenado, ya deliraba con el rom, ya prorrumpía con una voz hueca como si saliera de la sepultura, en su canción eterna:

¡Son quince los que quieren el cofre de aquel muerto!