marinos para completar nuestra tripulación; que hicimos una travesía feliz, y que La Española tiró el ancla en Brístol, precisamente en momentos en que ya el Sr. Blandy comenzaba á pensar en la precisión de enviar otro buque en busca nuestra. Sólo cinco de las personas que habían partido en la goleta volvían en ella,
con la añadidura de una venganza. Sin embargo, á no caber la menor duda, nuestra condición no era tan mala, ni con mucho, como la de aquel navío del que decía la canción que
“No tornó á bordo sino un hombre vivo,
Cuando eran, al zarpar, setenta y cinco.”
Todos nosotros recibimos una porción considerable del tesoro, y la usamos, ya cuerda, ya tontamente, según nuestras respectivas inclinaciones. El Capitán Smollet vive ahora retirado ya del mar, en una posición cómoda y desahogada; Gray, no solo guardó su dinero, sino que sintiendo el deseo vivo de acrecerlo, estudió cuidadosamente su profesión, y ahora es piloto y propietario, en parte, de un grande y magnífico buque mercante. Además, se ha casado, y es padre de una familia enteramente dichosa. En cuanto á Ben Gunn, le tocaron cinco mil libras, que dilapidó con una prontitud asombrosa, encontrándose, al cabo de pocas semanas, pidiendo limosna para vivir. Entonces se le dió precisamente lo que él tanto repugnaba en la isla; esto es, la conserjería de una casa, en la cual vive á estas horas siendo el gran favorito de todos los chicuelos de la vecindad á quienes embelesa con la narración de sus hazañas y aventuras. Por lo demás, su piadosa