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LA ISLA DEL TESORO

lanzaron sobre él á pretender apoderarse del garrote, retorciéndoselo en su poderoso puño.

Esta riña fué para nosotros la salvación, pues todavía estaban empeñados en ella aquellos hombres, cuando un nuevo ruido se dejó oir hacia la cumbre de la loma, por el lado de la aldea, y era el galope tendido de varios caballos. Casi en el mismo instante un pistoletazo partió del lado del vallado, percibiéndose simultáneamente la luz y el trueno del disparo. Aquello era, evidentemente, la última señal de peligro, porque los filibusteros se pusieron en fuga, en el instante, en una precipitada carrera de “sálvese quien pueda.” Todos corrieron en dirección diferente: el uno rumbo al mar; otro hacia la caleta; otro oblícuamente por la loma y así de los demás, de tal manera que en menos tiempo del que lo cuento, no quedaban ya ni trazas de ellos, excepto el ciego Pew. En cuanto á éste, lo habían abandonado, no sabré decir si por el pánico que de ellos se apoderó, ó en venganza de sus injurias y garrotazos. El hecho es que él estaba allí, detrás de todos, tentaleando sobre el camino con su bastón, loca y desesperadamente, y llamando á gritos á sus camaradas fugitivos. Finalmente tomó la peor dirección para él, rumbo á la aldea, y pasó á muy pocos pasos de mi escondite clamando frenéticamente:

—Juanillo, Black Dog, Dirk, y otros nombres más.... Vds. no dejarán aquí á su viejo Pew, compañeros... ¡no dejarán á su pobre Pew!

En aquel instante el ruido de los caballos llegó á la cumbre y cuatro ó cinco ginetes aparecieron sobre la loma, alumbrados claramente por la luna y se precipitaron á galope tendido hacia abajo, por el declive.