—Livesey, dijo el Sr. de Trelawney, va Vd. á abandonar en el acto su desdichada y penosa profesión. Mañana salgo para Brístol. En tres semanas... ¡nó! en dos semanas... en diez días, le aseguro á Vd. que tendremos el mejor buque, si señor, y la más escojida tripulación que puede suministrar la Inglaterra. Hawkins vendrá con nosotros como paje de á bordo. ¡Vamos! yo sé que tú harás un famoso paje de á bordo, chico... Vd., Livesey, será el médico del buque; yo me gradúo Almirante desde luego. Nos llevaremos á Redruth, Joyce y Hunter. Tendremos vientos favorables, viaje rápido, y sin la menor dificultad hallaremos el sitio indicado y en él, dinero en cantidad bastante para comer, para arrastrar carrozas y para gastar como príncipes por el resto de nuestra vida.
—Trelawney, dijo el Doctor, prometo acompañarle en la expedición, y puedo responder de su éxito; Jim también vendrá, por supuesto, y será una honra para la empresa. Pero hay un hombre, uno solo á quien yo temo.
—¿Y quién es él? exclamó el Caballero: nombre Vd. á ese pícaro sin dilación.
—¡Vd! replicó el Doctor. Vd. que no tiene la fuerza necesaria para refrenar su lengua. Nosotros no somos los únicos en conocer la existencia de este documento. Esos individuos que han atacado la posada esta noche—arrojados y valientes marrulleros sin duda alguna—lo mismo que los que se habían quedado guardando la extraña barca de que nos habló Dance, todos esos, y me atreveré á afirmar que otros todavía, por angas ó por mangas, se créen con la resolución inquebrantable de apoderarse de la hucha. Ninguno de nosotros, debe, pues, salir solo en lo de adelante hasta estar á bordo. Jim y
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