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SALGO PARA BRÍSTOL

nosotros causa de tanto disgusto, había ido ya al lugar en que los perversos cesan de molestar. El Caballero había hecho reparar todos los estragos á sus expensas, y tanto los salones de la parte pública de la casa como la enseña de la posada, habían sido pintados de nuevo, habiéndose añadido algunos muebles de que antes carecíamos, entre ellos, principalmente, una muy cómoda silla de brazos para mi madre tras del mostrador. Al mismo tiempo le había buscado un muchachuelo, como de mi edad, en calidad de aprendiz, con el cual mi madre no necesitaba de más servidumbre durante mi ausencia.

Al ver á este rapaz fué cuando comprendí por completo mi verdadera situación. Hasta aquel momento me había fijado tan sólo en las aventuras que me esperaban, pero no en el hogar que dejaba tras de mí. Así fué que, allí, en la presencia de aquel palurdo extraño, que iba á quedarse en mi lugar, al lado de mi madre, tuve irremediablemente mi primer ataque de lágrimas. Me sospecho que aquel día hice rabiar más de lo conveniente á aquel pobre chico que, siendo nuevo en el oficio, me ofreció mil oportunidades que yo aproveché para corregirle lo que hacía y para humillarlo cuanto pude.

Pasó la noche, y al día siguiente, después de la comida, Redruth y yo salimos, de nuevo á pie, por el camino real. Dije adiós muy conmovido á mi madre, á la caleta en que había vivido desde que nací, á aquel viejo y querido “Almirante Benbow” que, sin embargo, me parecía menos querido desde el instante en que ya lo había tocado la mano profana del pintor. Una de las últimas cosas en que pensé fué en el Capitán que tan frecuentemente salía á vagar á lo largo de la playa con su sombrero volándole