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LA ISLA DEL TESORO

lugar mismo en que estaba en aquel momento, recargado en su muleta y conversando con un parroquiano.

—¿El Sr. Silver?, pregunté tendiéndole la carta.

—Yo soy, chiquillo; ese es mi nombre á lo que parece. ¿Y tú quién eres? Y luego como viese la escritura del Caballero en el sobre de la carta, me pareció como que contenía mal un sobresalto involuntario.

—¡Oh!, díjome en voz muy alta y ofreciéndome su mano, ahora comprendo, tú eres el pajecillo de cámara de la goleta, ¿no es verdad? Mucho gusto tengo de verte.

Y diciendo esto tomó la mía en su larga y poderosa mano.

Precisamente en aquel momento uno de los parroquianos que estaban en el lado más retirado, se levantó repentinamente y se precipitó fuera de la puerta que tenía muy cerca de sí, lo cual le permitió ganar la calle en un instante. Pero su precipitación me hizo fijarme en él y le reconocí á la primera ojeada. Era aquel mismo hombre de cara enjuta, á quien faltaban dos dedos en una mano y que fué una vez al “Almirante Benbow.”

—¡Oh! grité yo, ¡deténganlo! ¡ese es Black Dog!

—No me importa mucho quien pueda ser, exclamó Silver, pero no ha pagado su cuenta. ¡Harry, corre y atrápalo!

Uno de los otros que estaban cerca de la puerta se puso en pie de un salto y se precipitó afuera en persecución del fugitivo.

—¡Oh! yo le haré que pague su consumo, así fuera el mismo Almirante Hawke en cuerpo y alma.

En seguida añadió soltándome la mano: