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Y en la ribera, ó sobre un duro risco,
Cuando ya el sol sus rayos fulguraba,
Sentado, sin mover nunca la vista
Del indómito mar; por los recuerdos
Roido siempre, y de suspiros lleno,
La tierra con sus lágrimas regaba.
«No llores ya, pecho mezquino y triste,
No consuma el dolor tus altos brios,
Le dice al encontrarle asi Calipso.
Yo misma apresurar tu marcha intento.
Corre a la selva mía, y derribando
Los mas robustos árboles, haz de ellos
Gruesos tablones, corpulentas vigas
Que cubrirás de planchas bien unidas,
De modo que formando ancha armadía,
Flotante te conduzcan por los mares.
Vinos copiosos te dará mi afecto
Con cuanto á tu sustento conviniere,
Y ropas que del tiempo te guarezcan
Para que nunca el brio desfallezca.
En fin, haré que favorables vientos
Sus hálitos te den, para que llegues
Sin tropiezo á tu patria apetecida,
Si es que los Dioses tal favor consienten;
Esos Dioses que ordenan lo futuro
Y mejor que yo juzgan lo presente.»
Tiembla Ulises y dice receloso:
¡Oh, nó! no es mi partida tu deseo;
Tu mente encierra otra intencion funesta.
Pues qué: ¿quisieras que demente vaya
Sobre una balsa frágil, arrostrando
Ese iracundo mar que no sujetan
Ni las mas altas naves, ni los vientos
Mas prósperos y fuertes? nó, no esperes
Que a tan precario medio yo me arriesgue
Si no aseveras tu consentimiento;
Si por los mas terribles juramentos