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En acerada punta rematada,
Muerte de las legiones que acomete.
Desde la cumbre del sublime Olimpo
Se abalanza, y de Ítaca en el centro
Cae, de Ulises ante el gran palacio.
El talle y las facciones ha tomado
De Mentes, capitan de los Taphienses.
Sobre las pieles de los muertos toros
De Penélope ve á los amadores,
En vil ocio jugar y solazarse,
Mientras siervos y heraldos afanosos,
Vino y agua en sus cráteres enormes
Les vierten, y las mesas otros muchos
Lavan con sus esponjas, y las ponen,
Y de partidos guisos las coronan.
Telémaco el primero ve á la Diosa.
Sentado estaba en medio de la turba,
Lleno el pecho de angustia y cuasi absorto
Del padre amado á la fatal memoria.
¡Oh, pensaba, si al fin dado le fuese
A su alcázar tornar, poniendo en fuga
Estos viles amantes y cobrando
Su solio escelso y de su casa el cetro!
La Diosa ve, de este pesar en medio,
Y á recibirla vuela despechado
De que á su umbral aguarde un estrangero.
Una mano le ofrece, y con la otra
La mortífera lanza toma y dice:
« ¡Salve, estrangero! sin recelo llega,
Que aquí hallarás hospitalario asilo.
Cuando tus brios recobrados sientas
La causa nos dirás de tu venida. »
Dice, le guia y síguele la Diosa.
Llegados ya bajo los artesones
Del gran salon, Telémaco depone
La lanza fuerte en el armario mismo
Que, junto á una columna, es suntuoso