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Júpiter escapar al mar insano
Y de Esparta volver al dulce cielo,
Pagar sabria el celo del amigo.
Pensé despoblar una de mis villas
Y en mis dominios erigirle un reino.
Un inmenso palacio le elevara;
Sus súbditos, el hijo, sus tesoros
Le hiciera transportar á mis estados,
Para que de tal suerte, inseparables,
De la amistad con el suave trato,
Nuestros gustos y penas se mezclaran.
No hubiera ya en la tierra fuerza alguna
Que separar pudiera nuestras almas,
Hasta que de la muerte los brumales
A la region etérea nos llevasen.
¡Ah que en el solo un Hado infiel se ensaya
Cerrando á su anhelar la dulce patria! »
Estos acentos en las almas todas
De los que allí escuchaban han llevado
Luto y feral dolor; lágrimas tiernas
Vierte Helena la hija del gran Jove,
Y de Nestor el hijo, y Menelao,
Y Telémaco, en fin, lloran con ella.
Pisistrato recuerda el triste hermano
Antiloquio, que el hijo de la Aurora
Le arrebató feroz. De una memoria
Tan áspera y süave poseído,
Esclama : « ¡ Oh tú de Atreo hijo sublime!
Siempre al hablar de ti, Nestor nos dijo
Que eres de los mortales el mas sabio.
Dígnate, si te es grato, oír mis voces:
La tristeza y el llanto, la ponzoña
De los festines son. Tal vez la Aurora
Otro sol traerá, y con él podrémos
Otras lágrimas dar á los infaustos
Que nos robó la patria, y en sus tumbas[1]

  1. Los antiguos griegos cubrian las tumbas con los cabellos de los amigos de los difuntos encerrados en ellas.