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CANTO UNDÉCIMO

res, separados como están por grandes ríos, por impetuosas corrientes y, antes que todo, por el Océano, que no se puede atravesar á pie sino en una nave bien construída. ¿Vienes acaso de Troya, después de vagar mucho tiempo con la nave y los amigos? ¿Aún no llegaste á Ítaca, ni viste á tu mujer en el palacio?»

163 »Tal dijo; y yo le respondí de esta suerte: «¡Madre mía! La necesidad me trajo á la morada de Plutón, á consultar el alma de Tiresias el tebano; pero aún no me acerqué á la Acaya, ni entré en mi tierra, pues voy errante y padeciendo desgracias desde el punto que seguí al divino Agamenón hasta Ilión, la de hermosos corceles, para combatir con los troyanos. Mas, ea, habla y responde sinceramente: ¿Qué hado de la aterradora muerte te hizo sucumbir? ¿Fué una larga enfermedad, ó Diana, que se complace en tirar flechas, te mató con sus suaves tiros? Háblame de mi padre y del hijo que dejé, y cuéntame si mi dignidad real la conservan ellos ó la tiene algún otro varón, porque se figuran que ya no he de volver. Revélame también la voluntad y el pensamiento de mi legítima esposa: si vive con mi hijo y todo lo guarda y mantiene en pie, ó ya se casó con el mejor de los aqueos.»

180 »Así le hablé; y respondióme en seguida mi veneranda madre: «Aquélla continúa en tu palacio, con el ánimo afligido, y pasa los días y las noches tristemente, llorando sin cesar. Nadie posee aún tu hermosa autoridad real: Telémaco cultiva en paz tus heredades y asiste á decorosos banquetes, como debe hacerlo el varón que administra justicia, pues todos le convidan. Tu padre se queda en el campo, sin bajar á la ciudad, y no tiene lecho, ni cama, ni mantas, ni colchas espléndidas: sino que en el invierno duerme entre los esclavos de la casa, en la ceniza, junto al hogar, llevando miserables vestiduras; y, no bien llega el verano y el fructífero otoño, se le ponen por todas partes, en la fértil viña humildes lechos de hojas secas, donde yace afligido y acrecienta sus penas deplorando tu suerte, además de sufrir las molestias de la senectud á que ha llegado. Así morí yo también, cumpliendo mi destino: ni la que con certera vista se complace en arrojar saetas, me hirió con sus suaves tiros en el palacio, ni me acometió enfermedad alguna de las que se llevan el vigor de los miembros por una odiosa consunción; antes bien la soledad que de ti sentía y el recuerdo de tus cuidados y de tu ternura, preclaro Ulises, me privaron de la dulce vida.»

204 »De tal modo se expresó. Quise entonces realizar el propósito,