Página:La Odisea (Luis Segalá y Estalella).pdf/181

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
181
CANTO DÉCIMOTERCIO

echamos en la playa. Entonces me vino á mí, que estaba cansadísimo, un dulce sueño; sacaron aquellos de la cóncava nave mis riquezas, las dejaron en la arena donde me hallaba tendido y volvieron á embarcarse para ir á la populosa Sidón; y yo me quedé aquí con el corazón triste.»

287 Así se expresó. Sonrióse Minerva, la deidad de los brillantes ojos, le halagó con la mano y, transfigurándose en una mujer hermosa, alta y diestra en eximias labores, le dijo estas aladas palabras:

291 «Astuto y falaz habría de ser quien te aventajara en cualquier clase de engaños, aunque fuese un dios el que te saliera al encuentro. ¡Temerario, artero, incansable en el dolo! ¿Ni aun en tu patria habías de renunciar á los fraudes y á las palabras engañosas, que siempre fueron de tu gusto? Mas, ea, no se hable más de ello, que ambos somos peritos en las astucias; pues si tú sobresales mucho entre los hombres por tu consejo y tus palabras, yo soy celebrada entre todas las deidades por mi prudencia y mis astucias. Pero aún no has reconocido en mí á Palas Minerva, hija de Júpiter, que siempre te asisto y protejo en tus cuitas é hice que les fueras agradable á todos los feacios. Vengo ahora á forjar contigo algún plan, á esconder cuantas riquezas te dieron los ilustres feacios por mi voluntad é inspiración cuando viniste á la patria, y á revelarte todos los trabajos que has de soportar fatalmente en tu morada bien construída: toléralos, ya que es preciso, y no digas á ninguno de los hombres ni de las mujeres que llegaste peregrinando; antes bien sufre en silencio los muchos pesares y aguanta las violencias que te hicieren los hombres.»

311 Respondióle el ingenioso Ulises: «Difícil es, oh diosa, que un mortal al encontrarse contigo logre conocerte, aunque fuere muy sabio, porque tomas la figura que te place. Bien sé que me fuiste propicia mientras los aqueos peleamos en Troya; pero después que arruinamos la excelsa ciudad de Príamo, partimos en las naves y un dios dispersó á los aqueos, nunca te he visto, oh hija de Júpiter, ni he advertido que subieras en mi bajel para ahorrarme ningún pesar. Por el contrario, anduve errante constantemente, teniendo en mi pecho el corazón atravesado de dolor, hasta que los dioses me libraron del infortunio; y tú, en el rico pueblo de los feacios, me confortaste con tus palabras y me condujiste á la población. Ahora por tu padre te lo suplico—pues no creo haber arribado á Ítaca, que se ve de lejos, sino que estoy en otra tierra y que hablas de burlas para engañarme:—dime si en verdad he llegado á mi querida tierra.»