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LA ODISEA

á distancia ó en la ribera de un fértil continente que hacia el mar se inclina?»

236 Minerva, la deidad de los brillantes ojos, le respondió diciendo: «¡Forastero! Eres un simple ó vienes de lejos cuando me preguntas por esta tierra, cuyo nombre no es tan obscuro, ya que la conocen muchísimos así de los que viven hacia el lado por donde salen la Aurora y el Sol, como de los que moran en la otra parte, hacia el tenebroso ocaso. Es, en verdad, áspera é impropia para la equitación; pero no completamente estéril, aunque pequeña, pues produce trigo en abundancia y también vino; nunca le falta ni la lluvia ni el fecundo rocío; es muy á propósito para apacentar cabras y bueyes; cría bosques de todas clases, y tiene abrevaderos que jamás se agotan. Por lo cual, oh forastero, el nombre de Ítaca llegó hasta Troya, que, según dicen, está muy apartada de la tierra aquiva.»

250 De esta suerte habló. Alegróse el paciente divinal Ulises, holgándose de su patria que le nombraba Palas Minerva, hija de Júpiter que lleva la égida; y pronunció en seguida estas aladas palabras, ocultándole la verdad con hacerle un relato fingido, pues siempre revolvía en su pecho ideas muy astutas:

256 «Oí hablar de Ítaca allá en la espaciosa Troya, muy lejos, al otro lado del ponto, y he llegado ahora con estas riquezas. Otras tantas dejé á mis hijos y voy huyendo porque maté al hijo querido de Idomeneo, á Orsíloco, el de los pies ligeros, que aventajaba en la ligereza de sus pies á los hombres industriosos de la vasta Creta; el cual deseó privarme del botín de Troya por el que tantas fatigas padeciera, ya combatiendo con los hombres, ya surcando las temibles ondas, á causa de no haberme prestado á complacer á su padre, sirviéndole en el pueblo de los troyanos, donde yo era caudillo de otros compañeros. Como en cierta ocasión aquél tornara del campo, envaséle la broncínea lanza, habiéndole acechado con un amigo junto á la senda: obscurísima noche cubría el cielo, ningún hombre fijó su atención en nosotros y así quedó oculto que le hubiese dado muerte. Después que lo maté con el agudo bronce, fuíme hacia la nave de unos ilustres fenicios á quienes supliqué y pedí, dándoles buena parte del botín, que me llevasen á Pilos ó á la divina Élide, donde ejercen su dominio los epeos. Mas la fuerza del viento extraviólos, mal de su grado, pues no querían engañarme; y, errabundos, llegamos acá por la noche. Con mucha fatiga pudimos entrar en el puerto á fuerza de remos; y, aunque muy necesitados de tomar alimento, nadie pensó en la cena: desembarcamos todos y nos