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LA ODISEA

excelentes sentimientos y ha guardado tan buena memoria de Ulises, el varón con quien se casó virgen, jamás se perderá la gloriosa fama de su virtud y los inmortales inspirarán á los hombres de la tierra graciosos cantos en loor de la discreta Penélope. No se portó así la hija de Tíndaro, que, maquinando inicuas acciones, dió muerte al marido con quien se casara virgen; por lo cual ha de ser objeto de odiosos cantos, y ya ha proporcionado triste fama á las mujeres, sin exceptuar á las que son virtuosas.»

203 Así conversaban en la morada de Plutón, dentro de las profundidades de la tierra.


205 Mientras tanto, Ulises y los suyos, descendiendo de la ciudad, llegaron muy pronto al bonito y bien cultivado predio de Laertes, que éste comprara en otra época después de pasar muchas fatigas. Allí estaba la casa del anciano, con un cobertizo á su alrededor adonde iban á comer, á sentarse y á dormir los siervos propios de aquél; siervos que le hacían cuantas labores eran de su agrado. Una vieja siciliana le cuidaba con gran solicitud allá en el campo, lejos de la ciudad. En llegando, pues, á tal paraje, Ulises les habló de esta manera á sus servidores y á su hijo:

214 «Vosotros, entrando en la bien labrada casería, sacrificad al punto el mejor de los cerdos para el almuerzo; y yo iré á probar si mi padre me reconoce al verme ante sus ojos, ó no distingue quién soy después de tanto tiempo de hallarme ausente.»

219 Diciendo así, entregó las marciales armas á los criados. Fuéronse éstos á buen paso hacia la casería y Ulises se encaminó al huerto, en frutas abundoso, para hacer aquella prueba. Y, bajando al grande huerto, no halló á Dolio, ni á ninguno de los esclavos, ni á los hijos de éste; pues todos habían salido á coger espinos para hacer el seto del huerto, y el anciano Dolio los guiaba. Por esta razón halló en el bien cultivado huerto á su padre solo, aporcando una planta. Vestía Laertes una túnica sucia, remendada y miserable; llevaba atadas á las piernas unas polainas de vaqueta cosida para reparo contra los rasguños y en las manos guantes por causa de las zarzas; y cubría su angustiada cabeza con un gorro de piel de cabra. Cuando el paciente divinal Ulises le vió abrumado por la vejez y con tan grande dolor allá en su espíritu, se detuvo al pie de un alto peral y le saltaron las lágrimas. Después encontrábase indeciso en su mente y en su corazón, no sabiendo si besar y abrazar á su padre, contárselo todo y explicarle cómo había llegado al patrio suelo;