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CANTO VIGÉSIMO CUARTO

ó interrogarle primeramente con el fin de hacer aquella prueba. Tan luego como lo hubo pensado, parecióle que era mejor tentarle con burlonas palabras. Con este propósito fuése el divinal Ulises derecho al mismo, que estaba con la cabeza baja cavando en torno de una planta. Y, deteniéndose á su vera, hablóle así su preclaro hijo:

244 «¡Oh anciano! No te falta pericia para cultivar un huerto, pues en éste se halla todo muy bien cuidado y no se ve planta alguna, ni higuera, ni vid, ni olivo, ni peral, ni cuadro de legumbres, que no lo esté de igual manera. Otra cosa te diré, mas no por ello recibas enojo en tu corazón: no tienes tan buen cuidado de ti mismo, pues no sólo te agobia la triste vejez, sino que estás sucio y mal vestido. No será sin duda á causa de tu ociosidad el que un señor te tenga en semejante desamparo; y, además, nada servil se advierte en ti, pues por tu aspecto y grandeza te asemejas á un rey, á un varón que después de lavarse y de comer haya de dormir en blando lecho; que tal es la costumbre de los ancianos. Mas, ea, habla y responde sinceramente: ¿De quién eres siervo? ¿Cúyo es el huerto que cultivas? Dime con verdad, á fin de que lo sepa, si realmente he llegado á Ítaca; como me aseguró un hombre que encontré al venir y que no debe de ser muy sensato, pues no tuvo paciencia para referirme algunas cosas ni para escuchar mis palabras cuando le pregunté si cierto huésped mío aún vive y existe ó ha muerto y se halla en la morada de Plutón. Voy á contártelo á ti: atiende y óyeme. En mi patria hospedé en otro tiempo á un varón que llegó á nuestra morada; y jamás mortal alguno de los que vinieron de lejas tierras á posar en mi casa me fué más grato: preciábase de ser natural de Ítaca y decía que Laertes Arcesíada era su padre. Yo mismo lo conduje al palacio, le proporcioné digna hospitalidad, tratándolo solícita y amistosamente,—que en mi mansión reinaba la abundancia,—y le hice los presentes hospitalarios que convenía dar á tal persona. Le entregué siete talentos de oro bien labrado; una argéntea cratera floreada; doce mantos sencillos, doce tapetes, doce bellos palios y otras tantas túnicas; y además, cuatro mujeres de hermosa figura, diestras en hacer irreprochables labores, que él mismo escogió entre mis esclavas.»

280 Respondióle su padre, con los ojos anegados en lágrimas: «¡Forastero! Estás ciertamente en la tierra por la cual preguntas; pero la tienen dominada unos hombres insolentes y malvados, y te saldrán en vano esos múltiples presentes que á aquél le hiciste. Si lo