Meciéndome en el columpio de estas ondulantes filosofías, empalmé las horas del 11 con las del 12 de Junio, hasta que me sacó de mi éxtasis un recado de Nicolás Estévanez, que habiendo cambiado el bastón de Gobernador Civil por la cartera de Guerra, me llamaba al Palacio de Buenavista. Por ocupaciones perentorias en mi oficina de Gobernación tardé dos días en visitar a mi grande amigo. Cuando fui a verle, advertí desde que nos saludamos que en el nuevo y peliagudo cargo no había perdido el hombre su simpática jovialidad, contenida siempre dentro de la discreción y el buen gusto. Después de reiterarle mis felicitaciones, díjele que todos esperábamos grandes cosas de su iniciativa en Guerra, y él me contestó con buena sombra: «¡Pero hijo mío, si he venido precisamente a no hacer nada! Así me lo dijo Castelar cuando quisieron traerme a este beaterio. Bastante trabajo será defenderme de los enemigos que me han salido desde que vine a Guerra. El General Socías, que nos ha querido obsequiar con un golpecito de Estado, anda celoso porque no le dieron esta cartera, que según dice le corresponde.
-De don Fernando Pierrad, Subsecretario y Ministro interino, se dijo que no le daría a usted posesión como no se la pidiese a tiros.
-No hay tal. Enteramente solo vine a tomar posesión, y Pierrad me hizo entrega del cargo de una manera correctísima. Se miente mucho. El público apetece el folletín histórico. Quiere sangre, jarana, duelos, mo-