tines, y nosotros tratamos de ir escapando sin darle nada de eso. Nuestra República, recién nacida y un poquito enclenque por haber venido al mundo antes de tiempo con auxilio de comadrones inexpertos, requiere cuidados exquisitos. Resulta que la Madre España no puede darle la teta; su leche es escasa y mala. ¿Le daremos biberón? ¿Podrá ser amamantada por una loba como Rómulo y Remo? Yo, si me dejaran, iría a los desiertos de África en busca de una buena leona tetuda, rolliza y feroz, que nos criase a la Niña... Pero no están los tiempos para bromas, Tito, y aunque aquí no debo hacer nada, me paso el día firmando...».
Entró el Coronel Carrafa, Subsecretario, amigo íntimo del Ministro; entraron otros jefes cargados de papeles, y yo me arrimé a los cristales de un balcón y me distraje mirando los árboles del parque. Ya comprenderéis que desde mi entrevista con la Tirado, mi pensamiento se escapaba a cada instante en persecución de la imagen de aquella hembra misteriosa, que me pedía protección ofreciéndome sus divinos pedazos. Ante los amenos jardines, y el trozo de caserío, y el grande espacio de cielo que veía desde el balcón de Buenavista, hice a Celestina Tirado esta ardorosa pregunta: «¿Pero cuándo he de saber el nombre y condición de esa diosa?». Y algo más pregunté a la maldita corredora: «¿Es casada, es viuda o soltera?».
La Celestina con quien yo hablaba era una nube, cuyos bordes reproducían el perfil aqui-