-La llaman Floriana... ¿Tiene usted noticia de una señora gorda que ha heredado la casa del difunto cura y vive ya en ella, una tal doña Leonor Ruiz del Macho? Pues esa, que fue ama de don Hilario a poco de cantar misa, y después tuvo que ver con un canónigo de Toledo, otro de Ciudad Real y con varios figurones de Madrid, dedicándose ya vieja a parear corazones por todo lo alto, ha colocado a Floriana con un señor muy rico, carcunda él y Mayordomo del Alumbrado y Vela».
Quedé pasmado, no muy convencido de la veracidad de lo que aquella pícara y rencorosa mujer me decía. Necesitaba más explicaciones. ¿Dónde vivía Floriana? Vaciló un rato Celestina y apuró despacio medio chico de vino, como si se tomara tiempo para encontrar la respuesta. Por fin, estirando el concepto, me dijo: «Dónde vivía puedo decirle; dónde vive no. Pero antes ha de saber usted una circunstancia que se me había olvidado: Floriana es maestra de escuela. Estudió en la Normal con buenas notas y sacó título. Diéronle la escuela de niñas de la calle de Rodas. A más del sueldo tenía la pensioncita que le pasaba don Hilario. Hacía vida recogida y honesta, desasnando chiquillas. Alguna vez me mandaba allá mi amo a llevarle la pensión y algún regalito. Era su hija según decían. Yo no lo aseguro, porque la madre, una marquesa viuda y guapa de alto copete, amiga espiritual del curita, se divertía también con un caballero