lo sepa... pues cuando ya estaba el pobre señor con una pata en el sarcófago, por medio del capellán, que es otro pillastre, le sacaron un legado de diez mil duros. ¿Qué le parece? ¡Oh mundo falaz, mundo hipócrita y contraproducente!
-Por lo que voy viendo, Celestina, le ha resultado a usted fallido el cambiar el corretaje de amores por la vida beata.
-Lo hice no más que por casar a la niña, bien lo sabe Dios. Don Hilario fue el que me metió en cristiandad. Me escarabajeaba la conciencia, fui a confesarme con él, y me catequizó. La verdad, no me pesa haber dado a mi alma un limpión general con el zorro y plumero de tanto rezo y tanta penitencia. Pero ya no más. Casé a la niña. Gracias a usted que me colocó a Pepito, ya están los dos como dos ángeles, comiendo de la leña y de los pastos de La Granja. ¡Dios se lo premiará a usted, don Tito!... Y ya hemos hablado bastante de lo mío... Ahora, usted dirá.
-Debe comprender que estoy loco, Celestina. Me tiene usted en horrible incertidumbre, sin contestar a nada de lo que le pregunté.
-Pues ahora ¡ay qué pena! no puedo decirle nada que sea de su gusto. Le ofrecí lo que sabe porque en aquellos días creía tenerlo en mi mano pecadora. Ya no lo está, don Tito; ya se nos ha escapado la diosa.
-Explíqueme eso, yo se lo suplico. Empiezo por no saber el nombre de...