dónde me conducen? ¿Qué pito toco yo aquí apartado de la Diosa, que no quiere llevarme a su lado? ¿Esta caverna sin fin se formó con la osamenta del paganismo, muerto y sepulto miles de años, o es un conducto de ansiedad mística que nos encamina a los eternos goces?...».
Me azotó la diablesa con su varita, diciéndome en voz muy queda: «Pobre mentecato, sigue, déjate llevar y llénate de paciencia. Este es el reino de la paciencia, de la castidad, de las virtudes calladas, y de la educación para la vida futura. En este reino, como en todos, las almas necesitan un poquito de alegría para dar amenidad a las horas austeras, y esa alegría, soy yo. Cierra el pico y no me busques el genio. Ya me conoces: Soy Graziella, la que te zarandeó de lo lindo y te dio gusto y pena, llevándote siempre de lo malo a lo bueno, y de lo bueno a lo mejor. Por mí conociste a la Maestra de Maestras, a la grande Mariclío, que hizo de ti su auxiliar preferido, su muñequito donoso y sutil».
Oír el nombre de Mariclío y arrebatarme de júbilo y entusiasmo fue todo uno. Empecé a dar voces... Graziella me fustigó con fuerza, incitándome al silencio. Sus últimas palabras fueron: «Dentro de un buen rato descansaremos para comer otra bizcochada sabrosa, y van tres... Adelante hasta la bizcochada siguiente. Más paciencia, Titín salado, y después de la quinta comidita verás a la Madre gloriosa y eterna». Dicho esto arreó su toro, y haciéndole brincar como un ca-