Página:La Primera República (1911).djvu/178

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brito, desapareció entre la turbamulta caminante.

Las gratísimas esperanzas que me dio la diablesa desenvuelta y marimacho, devolvieron la tranquilidad a mi espíritu. Pensaba yo que llevando cuenta de las etapas que me indicó Graziella, acortaría el tiempo y la distancia que me separaban del bien anunciado. El valle intra-telúrico estrechó considerablemente cuando pasamos de la tercera bizcochada, y después de la cuarta, descendía en rápido declive, y ondulaba con recodos violentos. Las escarpas eran rocosas, afectando las formas más extrañas que pudiera imaginar un escultor en pleno desvarío. La humedad aumentaba, y en las peñas vi légamos verdosos donde se deslizaban culebras de pintada piel, inofensivas. Luego, al término del largo descenso, el valle ensanchaba gradualmente y la bóveda que lo cubría era más alta, con tendencias a la forma ojival.

La quinta merienda y descanso fue en un lugar anchísimo en el que se podían apreciar vegetaciones más lozanas y espesas. La impaciencia que llenaba mi alma me quitó el sueño. Despierto deliraba. Quiso mi buena suerte o la voluntad de la Diosa que esta y yo reposáramos a corta distancia. Hablamos. Yo le reiteré las expresiones más nobles de mi acatamiento, y ella elogió la calma resignada con que yo la seguía en tan larga, triste y lenta peregrinación. Declaré que en aquel mundo pálido, como en el otro lleno de luz, yo sería siempre su más adicto siervo.