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rentes temas que se relacionaban con la trapatiesta cantonal, llegamos a la población al romper el día, traspasando la muralla por una puerta en que vi guardia de Milicianos. Momentos después pararon las tartanas en una plazuela, donde descendieron todas las mujeres, incluso Doña Gramática y Doña Aritmética. Uno de los caballeros bajó también, y con el otro seguí en el coche hasta llegar a mi albergue, que según supe después se llamaba Fonda Francesa.

Mi acompañante, cortés y obsequioso, no se separó de mí hasta dejarme instalado en la habitación, y reiterándome que anduviera con pulso en mis Historias, ofreciose como amigo, guía y consejero en la turbulenta ciudad. En pleno día me acosté, movido de un hondo cansancio; mas no pude conciliar el sueño por la nerviosa excitación que llenaba de espinas las sábanas hospederiles. En mi mente volteaba esta fatídica interrogación: ¿Era verdad o mentira, realidad o sueño, mi largo transcurso por las entrañas de la tierra?


XVIII


Por Júpiter, por Cristo, si así os parece mejor, juro ante mi conciencia que no logré descifrar el tremendo enigma. Fatigado de ahondar en él, me sosegué recordando el título de una comedia de Calderón: En este mundo, todo es verdad y todo es mentira. Para ma-