desmandados... ¿Se acuerda usted de lo que nos atormentaron los rugidos de las fieras enjauladas, que iban en un furgón y pertenecían a un polaco que las exhibe por los pueblos?... Y a todas estas, el tren atrasando horas y horas. Me parece que fue en la estación de Hellín donde invadieron nuestro coche aquellos malditos cómicos, que nos dieron la gran tabarra contándonos el argumento de la función Las Diosas del Olimpo, que iban a dar en Murcia.
-Sí, sí; ya me acuerdo -exclamé yo, sin que mi confusión me permitiera añadir una palabra más.
-Yo no pegué los ojos en todo el viaje -dijo ella-. En un coche de tercera, de cola, iban unas muchachas alegres que no cesaron de cantar y gritar desaforadamente. Luego, en no sé qué estación, se pasaron a los coches delanteros. ¡Qué barullo! ¡Qué escándalo!
-Sí, sí; parecían diablesas.
-Y para acabar de arreglarnos, en Balsicas tuvimos que dejar el tren por descarrilamiento del mixto. ¿Se acuerda usted de que nos entretuvimos un rato contemplando las constelaciones?
-Ya lo creo. Vimos al Toro y a Géminis. Nos metieron en unas tartanuchas, y a las treinta y seis horas de viaje llegamos a Cartagena.
-Yo llegué muerta.
-Y yo también -dije procurando atraer a mi mente las ideas que azoradas escapaban