ochenta y nueve cumplí el 12 de Junio. Todavía puedo... todavía soy hombre para cuanto las señoras quieran mandarme. (Más risas.) Y sepan que bien guapo era yo cuando embarqué en el Nepomuceno el 1º de Octubre del año 805. El día de la tremenda batalla con el inglés, día 21, nuestro comandante Churruca y yo caímos heridos al mismo tiempo: yo sané, y aquel grande hombre murió. ¿Verdad, señá Mariana, que habría sido mejor que yo me fuera a pique y don Cosme se salvara? Yo he vivido desde entonces sesenta y ocho años sin servir para nada, y él ¡qué hubiera hecho si viviera!
-Eso no es cuenta nuestra -dijo Mariclío-. Dios sabe cuándo ha de dar y quitar la vida.
-Pues yo le digo a Dios -replicó el viejo blandiendo como espada su mano temblorosa- que los hombres valientes no deben morir hasta que se caigan de viejos.
-Los valientes, amigo El Cano -dijo la Madre-, son los más solicitados por la muerte... Ya viste que también murió Nelson».
Gruñó el viejo mirando al suelo, y apenas le oímos medias palabras rencorosas. Pero el mal genio se le pasó cuando empezaron a repartir copas de un vinillo blanco, transparente y fino. Una vez que remojaron todos el aladroque, la Madre se levantó requiriendo mi brazo para que fuese con ella a su habitación alta, pues quería hablar conmigo despacio y a solas. Subimos por una escalera de palo, que gemía como si le doliesen todas las