vivas estrepitosos y cantinelas optimistas.
»Cuando esto empezó me agradaba la rebeldía garbosa, el desprecio del Gobierno Central, que por más que se disfrace con arreos y colorines democráticos es siempre una enredosa oligarquía. Pero ya se van desvaneciendo mis ilusiones. Estos caballeros habrían sido aniquilados si no dispusieran de una plaza fuerte tan considerable como Cartagena. Por el resguardo que les da la Naturaleza sostendrán su tinglado algún tiempo, hasta que el Gobierno de Madrid acabe de salir de su desmayo y concierte los resortes de la unidad. No sé si sabes que el General Pavía ha sometido a los federales de Sevilla, después de meter en cintura a los de Granada, y ahora irá contra los de Córdoba. Sobre Valencia está Martínez Campos, hombre que sabe bien su obligación. Él dará buena cuenta de El Enguerino y de sus diez mil Voluntarios alocados. Todavía arde el rescoldo cantonal en Vinaroz, Castellón, Béjar, Cádiz, Sanlúcar y otros muchos pueblos; pero ya se irá apagando. Estos incendios no se apagan con agua, sino con leña... La idea federal es hermosa; es mi mayor encanto, la ilusión de mi vida en esta y en todas las tierras que visito. Pero dudo ¡ay! que pueda implantarla de una manera positiva y duradera un pueblo que ayer como quien dice ha roto el cascarón del absolutismo.
-Verdad es cuanto dices, Madre querida -repliqué yo-. El federalismo nos vino aquí de aluvión, salido del cerebro de un