Tito. No tardaré en avisarte para que vengas otro día. Adiós, hijo. Ya que vas a la fonda, hazme el favor de acompañar a esta buena señora, amiga mía, que va en la misma dirección y no conoce bien las calles».
Cuando esto dijo vi que de la penumbra de la estancia salía una mujer enlutada, de buen talante y rostro severo, la cual llegose a mí con reverencia como poniéndose a mis órdenes. Salimos, y al bajar al portal alumbrado por un brillante farolón, fijéme en la cara de aquella señora, recordando haberla visto en alguna parte. Poco después, mi memoria me dio la solución, y al instante me volví hacia la dama, diciéndole: «Me parece, señora, que tengo el honor de acompañar a Doña Caligrafía. Perdóneme que antes no la reconociera. Hicimos juntos el viaje desde...
-Me llamo Gertrudis -dijo ella con gracia-, y me dedico a la enseñanza de la Geografía. Confunde usted el nombre con la profesión.
-Es verdad -dije yo un poco turbado-. Pero bien seguro estoy de que es usted una de las damas consejeras de Floriana.
-No soy dama consejera; acompaño y sigo a Floriana, que fue mi discípula y hoy es maestra y señora mía. Cosas son estas, don Tito, que no entiende usted ahora ni las entenderá en algún tiempo. Por esta noche, sólo me cumple decirle que nuestra excelsa Doña Mariana se ha valido del piadoso artificio de que vayamos juntos camino de la fonda, para que yo pueda advertir a usted que