ponga freno a su pasión por Floriana, y procure apartar de ella su pensamiento. Que para esto hay razones muy poderosas, fácilmente lo comprenderá usted...
-Dígame por Dios esas razones si no quiere dejarme en un dilema terrible: o la desobediencia o la muerte.
-No sea usted romántico, don Tito. Ya sabe usted que a la Madre no le gusta ese romanticismo dulzacho y un poquito enfermizo.
-Pero lo que usted acaba de decirme -exclamé con angustioso desconsuelo- ¿es advertencia, o es mandato riguroso?
-Mandato es rigurosísimo, irrevocable».
En el momento en que yo quise protestar de esta bárbara sentencia, la extraña mensajera de la divina Clío desapareció de mi vista. Di algunos pasos, y un resplandor de luz verdosa me encandiló, dejándome después en tinieblas. Un corto rato estuve ciego. Poco a poco fui distinguiendo los bultos, las casas... Palpando las paredes pude llegar con dificultad a mi alojamiento.
XXV
Historia lastimosa voy a contaros, lectores queridísimos, y empiezo requiriéndoos a concederme vuestra lástima y un piadoso interés por mí, pues se trata de incumbencias particulares, sin mezcla de ningún melindre po-