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Página:La Primera República (1911).djvu/271

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Fue a verme Cárceles, que trató de animarme con su jovialidad bonachona. Según él, hallábame atacado de neurosis agudisísima. «Lo que usted padece -me dijo- es una exacerbación del egoísmo, y eso se cura con la actividad, con el trato de gentes y el tomarse interés por las cosas del prójimo y del procomún. Conque ánimo, a comer, y a la calle con los amigos. Le pondré una fórmula; no más que un amargo para abrir el apetito».

Mi amigo, el camarero Alonso Criado, me llevó un día unos comistrajes rarísimos, por si con ellos lograba yo vencer mi desgana. Eran huevas en mojama de un pez llamado mújol, que se cría en el Mar Menor. Las probé y me supieron a demonios. Otro día me llevó dátiles de mar, un marisco sabroso, del cual me dijo Criado que comiendo mucho y bebiendo encima aguardiente era seguro reventar como un triquitraque. Lo caté y no me desagradó; pero me abstuve, porque aunque tenía ganas de irme al otro mundo, no me hacía maldita gracia emprender el viaje con el pasaporte de un cólico miserere.

Después de Cárceles me visitaron Fructuoso y el cartero Sáez, gobernador del castillo de Galeras. El primero me dijo que iba a mandarme a Dorita y sus dos amigas para que me dieran una sesión de bailoteo andaluz, con panderetas y palillos, y me cantaran las coplas cantonales que estaban tan en boga. El valiente cartero me dijo: «Véngase usted conmigo al castillo por unos días, y con