vi a la simpática Doña Caligrafía bregando con las niñas y niños mayorcitos que, llenándose los dedos de tinta y alargando los morros, trazaban palotes, rudimento inicial de la escritura... Llegó el momento del descanso, que fue consuelo de aquellas pobres almitas oprimidas por la grave atención.
Llevando de la mano por racimos a sus chiquitines, Floriana salió a un patinillo donde había un naranjo raquítico y unos girasoles mustios. Allí todos, chicos y medianos, se soltaron a correr y a jugar. Algunas niñas, que habían dejado allí sus peponas, las recogieron y empezaron a zarandearlas con alegres cantos maternales. Los chicos tiraban de peonzas y pelotas. En un rincón del patinillo, Doña Aritmética, delante de un gran barreño lleno de agua, lavaba las caras mocosas y sucias de algunos. En lugar próximo, Doña Geografía se encargaba de peinar a otros las enmarañadas greñas, donde no era raro encontrar habitantes. Después entró Doña Gramática, trayendo la merienda que entregó a Floriana para que la repartiese: era pan y aladroque, que comieron los chiquillos con la gazuza que supondréis.
Luego vinieron los regalitos; a los pequeñuelos descalzos, con los pies llenos de mataduras, les puso Floriana por su mano alpargatitas nuevas; a una niña muy aplicada que en pocos días había aprendido a deletrear, obsequió la Maestra con una pepona muy lozana, con camisa, y chapas de bermellón en los mofletes; a un rapaz espigado y