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Página:La Primera República (1911).djvu/291

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listo, que ya trazaba úes y emes con rara perfección, le regaló una cajita de colores, pincel y lapicero. Entró Doña Caligrafía con un ramo de flores que la Maestra repartió entre las chiquillas, poniéndoselas en el moñete o en el pecho... «Adiós; hasta mañana»... Besos, cariños, alegría, risas que eran como un himno a la Enseñanza, y desfiló aleteando la infantil bandada.


XXVIII


Ya no vi más, porque el divino forjador me sacó del patinillo, no sé cómo ni por dónde, y me encontré con él en lo alto de una calleja de tan áspera pendiente que más parecía despeñadero. Pensaba yo en los volatines que tenía que hacer para el descenso, cuando el titán me cogió en brazos, como si yo fuera un monigote de papel, y me bajó hasta un rellano donde había un pretil. Debajo del pretil se veía la muralla, y más abajo el mar.

Nos sentamos los dos. No pude yo expresar mi estado de espíritu más que con un suspiro, tan hondo y grande como si con él echara toda mi alma. El atleta me miró atentamente, y sus labios de mármol pronunciaron estas palabras desgarradoras: «Floriana es mi novia...».

Ni para temblar me quedaron fuerzas después de oído esto. El corazón se me achicaba, y llegué a sentirlo del tamaño de una nuez