la puerta de su despacho vi el cartelito que le dio fama en aquellos días y que revelaba en don Nicolás tanto ingenio como entereza. El papelito, pegado con obleas, decía mutatis mutandis: Aquí no se dan destinos, ni recomendaciones, ni dinero, ni nada. Hablando con mi amigo de esta humorada, me dijo riendo: «No creas, Tito, que se compone de republicanos la nube de pedigüeños. Son más bien los cesantes de los partidos viejos, el detritus de la política, los innumerables moscones aburridos y famélicos que hacen imposible la vida oficial. He tenido que ahuyentarlos con esa tufarada de azufre. A pesar del cartelito vuelven, zumban y pican».
Las numerosas y pesadas visitas que el Gobernador recibía no le permitieron platicar conmigo todo lo que ambos deseáramos. Volví por la noche, y comiendo juntos pudimos charlar largo rato. No me franqueó, como era natural, el arca de los secretos graves que sin duda poseía, pero algo me dijo que puedo comunicar a mi buen público. Copiaré sus palabras para mejor inteligencia: «No soy grato a todo el patriciado del republicanismo. Algunos, que me han tratado a fondo, no desconfían de mí; otros me tienen por agitador levantisco que por un quítame allá esas pajas se lanza a vías de hecho... Ya me irán conociendo. Yo les conozco a todos, y sé que en los republicanos de gran talla no es todo concordia. Hay entre ellos resquemores, celeras...».
Como juicio general de la situación me dijo